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- Les presento al Doctor Gutierrez.<br />
Dijo Saverio señalándome. Me quedé petrificado antes<br />
de darme cuenta de que era un recurso para darnos un<br />
poco de clase en medio de toda aquella gente que<br />
representaba la elite de la sociedad argentina. La rubia de<br />
ojos azul marino pareció intrigada ante aquel título que<br />
me era recién conferido.<br />
- ¡Ah! ¡Tenemos un doctor, entonces podemos<br />
quedarnos tranquilos! ¿Cuál es su especialización?<br />
Una vez más no logré decir ni una palabra y Saverio se<br />
anticipó explicando que yo era un infectólogo, sin<br />
olvidarse de enumerar algunos de mis méritos científicos.<br />
Bebimos todos juntos, comentando la belleza de aquella<br />
velada. Luego decidimos irnos a la terraza a tomar un<br />
poco de aire fresco. Saverio era brillante y las muchachas<br />
se divertían. Yo no lograba quitar la mirada de la rubia de<br />
ojos azul marino. Se llamaba Pilar y tenía un vestido<br />
simple de color marfil que le llegaba hasta la rodilla y le<br />
dejaba los brazos descubiertos. Tenía alrededor de<br />
veintisiete años. El labial rojo bermejo exaltaba su boca<br />
sobre la tez clara, casi señalándome la urgencia de un<br />
beso.<br />
Estábamos levemente apartados de los demás y yo<br />
sentía que tenía que decir algo para alimentar la<br />
conversación. Tenía la garganta seca y el corazón me latía<br />
tan fuerte que temía que se sintiera a distancia. Miré<br />
hacia la sala y llevando la mano a la barbilla asumí un aire<br />
pensativo. Luego, me dirigí a ella, buscando su mirada.<br />
Hubiera querido decir palabras interesantes para llamarle<br />
la atención pero la única frase que logré pronunciar fue: