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años, desde que había decidido contratarlo aquella tarde<br />
en el Gran Café Tortoni. Pasquale no estaba de acuerdo,<br />
decía que aquel señorito no era adecuado para hacer<br />
nuestro oficio. Se equivocaba. En pocos años se<br />
transformó en un perfecto albañil y dirigía un equipo de<br />
siete obreros. Primero empezó con los trabajos más<br />
fatigosos: montaba los andamios, transportaba el material<br />
de un piso a otro, luego, se puso a construir obras de<br />
albañilería basándose en proyectos cada vez más<br />
complejos.<br />
En el trabajo, gracias a su potente físico, lo llamaban<br />
Rocky Marciano. Aquel apodo se lo había puesto Pedro,<br />
un argentino hijo de inmigrantes españoles de Asturias,<br />
apasionado del boxeo.<br />
Generalmente, después del turno de trabajo, Saverio y<br />
yo salíamos juntos. Seguíamos frecuentando el café<br />
Tortoni pero lo que más nos gustaba era ir en auto sin<br />
rumbo fijo. En aquellos tiempos andaba con un flamante<br />
auto deportivo, la primera versión cupé del Fiat 1100<br />
“Turismo veloz”, realizada por Pininfarina. Lo había<br />
pedido a un revendedor que importaba autos del exterior<br />
y habían tardado seis meses en entregármelo. Saverio me<br />
había sugerido el color del interior. Yo habría elegido gris,<br />
color de serie, pero él replicó que el blanco era un color<br />
que mejor se adaptaba a un auto deportivo y que le daba<br />
un toque de distinción.<br />
A veces, en nuestras correrías, se agregaba también<br />
Pedro. Pasábamos a buscarlo por el centro Asturiano de<br />
Congreso, en el medio de una de las tantas reuniones de la<br />
asociación de sus paisanos. Bebíamos una copa de vino y