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epentinamente se dio vuelta y nos vio.<br />
Filippo y yo nos quedamos duros como piedras sobre la<br />
escalera. En ese momento, el comandante del navío, el<br />
Capitán Simone Gulì se dirigió hacia él.<br />
- Señor Luigi, la condesa tendría gusto de conocerlo.<br />
Él no respondió enseguida. Volvió a mirarnos y nos hizo<br />
una sonrisa cómplice, acariciándose la barba. Luego,<br />
asintió al capitán y se marchó con él.<br />
Se trataba de Luigi Pirandello, que viajaba en nuestro<br />
mismo navío. En ese momento nosotros no sabíamos<br />
quien era, pero en Argentina, era ya muy estimado. Esto<br />
favoreció el regreso a Buenos Aires de la compañía de<br />
teatro de Roma dirigida por el mismo dramaturgo en<br />
1927. Preveía, como centro del repertorio, una de sus más<br />
grandes obras: Seis personajes en busca de un autor.<br />
Aquella terraza permaneció en mis sueños durante<br />
todas las noches siguientes, mientras intentaba dormir<br />
sobre mi colchón impregnado de olor a orina y sudor.<br />
Desde abajo venía el ruido de las máquinas a las cuales<br />
los demás se habían acostumbrado, hasta no escucharlas<br />
más.<br />
Las máquinas eran el corazón del navío, como decía<br />
Tony, el fogonero. Filippo y yo lo habíamos conocido una<br />
vez que se había quedado sin cigarrillos y nos encargó de<br />
procurarle al menos una colilla.<br />
Hallamos una en los pantalones de mi hermano y se la<br />
llevamos como si fuera una reliquia. Gracias a eso nos<br />
hicimos amigos y nos relató sus aventuras.<br />
Tony trabajaba en Principessa Mafalda, desde que la<br />
habían bautizado en el mar. Era el más viejo de los