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cabezas de familia. Debían escoger a los coordinadores,<br />
personas encargadas de la repartición de la comida. Cada<br />
uno era responsable de la distribución de los platos a un<br />
grupo compuesto por una docena de personas. Mi padre<br />
era nuestro coordinador y el de otra familia, de la región<br />
Marque, que se dirigía a Uruguay.<br />
Él era un hombre delgado con grandes bigotes y ella<br />
una mujer rolliza siempre dispuesta a sonreír, tenían una<br />
niña y dos varones. Uno de ellos era Filippo, de siete años<br />
como yo, que fue mi amigo de viaje.<br />
Con él, compartí la aventura de explorar todos los<br />
ángulos del navío. Un día estábamos sobre el puente y<br />
descubrimos una escalera. Sobre una cuerda atravesada<br />
había un cartel que prohibía el acceso.<br />
¿Qué podía haber arriba de aquella escalera?<br />
Nos miramos, no fue necesario hablar. Salté la cuerda<br />
para poner mi pie sobre el primer escalón. Las piernas me<br />
temblaban, pero estaba decidido a subir. Miré alrededor<br />
para asegurarme de que no nos viera nadie, Filippo me<br />
siguió con el mismo paso ligero.<br />
Un, dos, tres escalones…hasta arriba.<br />
Había una enorme terraza donde elegantes señores<br />
conversaban sentados a las mesas. Cerca de la baranda,<br />
un grupo de hombres discutía de comercio y de<br />
inversiones.<br />
Camareros discretos les llevaban de beber,<br />
excusándose de interrumpir la conversación.<br />
Un señor de media edad de barba corta y puntiaguda,<br />
vestido con un traje gris, miraba el horizonte en un lugar<br />
apartado. Parecía absorto en sus pensamientos, pero,