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Untitled - Nicola Viceconti

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carreta. El camión del tío Giovanni lo usábamos para los<br />

viajes más largos.<br />

Mientras íbamos por el camino, dejábamos atrás una<br />

polvareda enorme y una nube de humo negro. Temblaba<br />

todo a causa de la calle rota. Yo me había encontrado un<br />

lugarcito entre dos cajas y me había agarrado a la cuerda<br />

atada al costado del camión.<br />

Mis hermanos trataban de distraer a nuestra madre<br />

haciéndole contar una vez más cuando la tía María se<br />

resbaló en el estiércol, vestida de novia.<br />

En la parte de adelante, mientras tanto, los mayores<br />

fumaban. Decidían qué camino tomar y cuándo hacer una<br />

parada. Génova quedaba lejos, aquél viaje me pareció una<br />

eternidad. Duró una semana. Viajábamos por horas, pero<br />

no llegábamos nunca. Cada vez que preguntaba cuánto<br />

tiempo faltaba para ver el mar, Beatrice me respondía<br />

que teníamos que pasar las montañas que se veían en el<br />

horizonte. Al principio le creí, esperé impaciente que se<br />

acercaran pero luego perdí la cuenta. El paisaje me<br />

parecía siempre igual.<br />

El ruido ensordecedor del aire sobre el toldo y el olor<br />

nauseabundo del carburante nos quitaban las ganas de<br />

hablar. Luego, mis hermanos cantaron una canción para<br />

pasar el rato.<br />

Para comer parábamos en los prados al costado del<br />

camino. Mientras las mujeres preparaban comidas<br />

rápidas con las provisiones ofrecidas por los aldeanos,<br />

Rocco y yo jugábamos con una pelota de harapos. Para<br />

dormir, pedíamos hospitalidad a algún campesino y nos<br />

acomodábamos en el granero. Mi padre y Francesco

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