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fascista que, en aquellos años, había puesto en marcha el<br />
proceso de alfabetización de la población campesina.<br />
Cada vez que partía alguien, la maestra se conmovía y<br />
cuando nos apretaba fuerte para saludarnos, lo hacía con<br />
un poco de envidia. Si hubiera podido, hubiera ido ella en<br />
lugar nuestro. En sus ojos se transparentaba ese deseo.<br />
Mi hermana Beatrice me había explicado que para ver<br />
el mar teníamos que ir con el camión porque era lejos.<br />
Era casi el mediodía del domingo 7 de marzo y en la<br />
plaza del barrio de San Marco donde vivíamos, estaban<br />
todos. Los paisanos nos prepararon provisiones para el<br />
viaje. Llevaban pan, taralli 3 , algunos huevos y una botella<br />
de vino: el aglianico que se producía en nuestra región.<br />
María, la esposa del tío Giovanni, nos regaló tres<br />
sopresatas.<br />
El equipaje era mucho, aunque tenía apenas lo<br />
suficiente para empezar una nueva vida al otro lado del<br />
océano. Junto a tres cajas de madera, llenas de casi todo lo<br />
que poseíamos en casa, nos llevábamos cinco maletas de<br />
cartón llenas de ropa, cerradas con una soga. Pasquale y<br />
yo llevábamos sobre la cabeza sillas de paja para que se<br />
sentaran las mujeres durante el viaje.<br />
Mi madre no logró contener las lágrimas y empezó a<br />
llorar. Mi padre estaba furioso porque dejaba la casa en la<br />
que había nacido. Estaban convencidos de que teníamos<br />
que hacer aquel viaje. La mala cosecha de los últimos tres<br />
años nos había puesto en dificultad y por eso, habían<br />
decidido alejarnos de aquella vida de penurias. Sobre todo<br />
después de la carta del amigo del tío Giovanni, el genovés,<br />
decidieron que era el momento justo. Era necesario partir.