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me ponía a leer el diario y a curiosear con discreción las<br />
charlas de las personas sentadas cerca mío. Esto, para mí,<br />
era saborear un café.<br />
Pasé algunos minutos, llegó Graciela. Afuera hacía calor,<br />
había bajado de uno de los colectivos llenos que<br />
transitaban por Avenida de Mayo. Entrando emitió un<br />
suspiro de alivio. El local era largo y el aire era más fresco<br />
que afuera.<br />
- Buenos días ¿Lleva mucho tiempo esperándome?<br />
- Un poco, ¡Pero vine antes a propósito!<br />
- ¿Más recuerdos?<br />
- ¡No se imagina Graciela!, hasta cuando no quiero<br />
afloran en la mente. Estoy pensando en la primera vez<br />
que me encontré con Saverio en este café.<br />
Le conté cuando se me presentó buscando un trabajo.<br />
Era el 12 de febrero del 1951, un lunes. Recuerdo bien la<br />
fecha, porque aquel día la empresa Labriola Hermanos<br />
empezó una nueva obra en San Telmo para la<br />
construcción de un hotel. Yo estaba allí con los obreros.<br />
Saverio había llegado hacía poco a Buenos Aires. Se había<br />
embarcado en Nápoles sobre el navío Santa Cruz y tardó<br />
veinticinco días en llegar. Viajaba solo, llevaba consigo una<br />
maleta y muchas ganas de dejar su tierra. No parecía un<br />
inmigrante como los demás, en busca de fortuna. Su<br />
partida tenía seguramente otro motivo. Cuando el navío<br />
salió del puerto, no se dio vuelta para mirar la costa, ni<br />
por un instante. Todos saludaban desde el puente, con<br />
lágrimas en los ojos. Los hombres agitaban los sombreros,<br />
las mujeres sus pañuelos. Él, en cambio, miraba hacia<br />
adelante, anticipando el mar en el horizonte.