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Era la primera sesión de un ciclo que, según el doctor<br />
Serrano, podría continuar tranquilamente en mi casa una<br />
vez que me hubiera dado el alta; el problema era que no<br />
me había dicho cuándo. Todos consideraban de gran<br />
importancia esta terapia, decían que servía para mejorar<br />
la calidad de la vida de uno, que como yo, tenía los<br />
pulmones quemados por el humo y por la edad. Yo no les<br />
creía para nada. Me parecía absurdo que los masajes al<br />
tórax y una simple gimnasia pudieran restituirme el aire<br />
necesario para respirar. Cada día tenía menos aliento.<br />
- Señor Doménico, ¿empezamos? Ahora le explicaré<br />
algunas cosas y luego comenzamos con la terapia. Lo único<br />
que le pido es me dé la máxima colaboración, sino todo<br />
será una pérdida de tiempo.<br />
Las palabras de Graciela pesaban como una piedra. Me<br />
quedé callado. Ella empezó a explicarme al mínimo detalle<br />
el recorrido que debíamos afrontar al menos por dos<br />
horas todas las tardes. La terapia debía facilitar la<br />
desaparición del catarro en los bronquios y hacerme<br />
recuperar un poco el aliento.<br />
Respiraba a duras penas, parecía una cafetera olvidada<br />
sobre la hornalla encendida.<br />
- No se preocupe por sus silbidos. ¡Ya se le pasarán!<br />
Ahora tenemos que hacer una prueba antes de empezar.<br />
- ¿Una prueba? ¿Y de qué se trata?<br />
- Una espirometría, una tontería. Un examen fácil e<br />
indoloro que hacen también los chicos.<br />
Era la primera vez que oía aquella palabra. Consistía en<br />
soplar fuerte todo el aire que tenía en los pulmones en un<br />
tubo unido a un instrumento. Luego una computadora