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Mientras la enfermera me ayudaba a subir la camiseta<br />
levanté los ojos al cielo, soplando. Busqué en vano la<br />
complicidad en la mirada de la única mujer que tenía<br />
enfrente. Pero pronto me dí cuenta de que aquella no era<br />
la señora Graciela y como un guerrero vencido, me rendí<br />
ante el doctor Serrano dejándolo revisarme inútilmente<br />
por enésima vez.<br />
- Vamos Don Mimí, ¡tosa! Bien, ahora respire profundo<br />
y contenga el aire hasta que yo se lo diga.<br />
Los golpes, dados en orden a lo largo de la espalda,<br />
resonaban con sonidos sordos. La caja toráxica sonaba<br />
laxa, como la piel de un tambor abandonado durante años<br />
al que le cuesta responder a los golpes. La mano que el<br />
doctor había utilizado durante el exámen, parecía un<br />
martillo. Dos dedos tensos de una mano golpeaban el<br />
dorso de la otra en un movimiento circular a lo largo de<br />
toda la espalda.<br />
Aquel día la visita duró más de lo previsto. El doctor me<br />
prescribió unos remedios más potentes. Me explicó que<br />
teníamos que terminar con la enfermedad para no<br />
agravar el corazón ya enfermo y que era necesario<br />
contrarrestarla con los nuevos antiinflamatorios y<br />
broncodilatadores.<br />
- Bien hecho. También hoy hemos terminado con las<br />
visitas. Le prescribí un nuevo tratamiento y le pido que no<br />
haga enloquecer a los enfermeros para tomar éstos<br />
benditos remedios. Pasaré mañana a ver como está.<br />
El doctor anotó el nuevo tratamiento sobre la cartilla<br />
clínica, la enfermera ordenó el carrito para seguir el<br />
recorrido. Visitas, partes, radiografías y tantos sermones.