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la enfermera empujaba un carrito cargado de remedios y<br />
cartillas clínicas. Mi habitación se hallaba al final del<br />
pasillo. El doctor entró sin golpear.<br />
- ¡Buenas tardes Don Mimí! ¿Cómo se siente hoy? 1<br />
Pocos me llamaban así y el doctor Serrano era uno de<br />
éstos. También él era hijo de inmigrantes. A decir verdad,<br />
su padre era español y su mamá italiana, calabresa. De<br />
ella había aprendido nuestros modos, aquellos de la gente<br />
del sur de Italia. Y cuando hablaba a las personas<br />
ancianas, dignas de respeto, los trataba de “Usted”. Era<br />
conocido en la comunidad de los emigrantes y todos lo<br />
llamaban el “doctor de los italianos”.<br />
Me sobresalté y enseguida no pude evitar incomodarlo<br />
con uno de mis acostumbrados comentarios irónicos.<br />
- Doctor, otro susto de este estilo puede hacer dejar de<br />
funcionar mi corazón maltratado. Hubiera sido mi final,<br />
pero también el suyo, como médico. ¿Se imagina que<br />
escándalo en frente a sus colegas?<br />
- ¿Escándalo? ¿Y por qué?<br />
- Un cardiólogo famoso como usted que hace morir de<br />
un infarto a su paciente. ¿No le parece una paradoja?<br />
El doctor no logró contener la risa. Pero en seguida se<br />
puso serio.<br />
- Usted no pierde nunca el buen humor y esto seguro<br />
me facilita mi labor como médico. ¡Pero esta vez<br />
escúcheme seriamente! Su cuadro clínico no es muy<br />
bueno. La insuficiencia respiratoria, ya crónica, le trae<br />
dificultad sobre todo cuando realiza esfuerzos. Por no<br />
hablar del silbido en el pecho. A ver ahora. Dése vuelta.<br />
Controlaremos los pulmones.