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termómetro en el estuche. Hablaba en voz alta como si<br />
quisiera gritarlo al mundo entero.<br />
- ¡El doctor Serrano puede decir lo que quiera! Prefiero<br />
vivir menos y gozar los días que me quedan.<br />
Era un fumador empedernido y un buen bebedor. A<br />
pesar de las continuas advertencias de mi médico de<br />
cabecera, nunca pensé seriamente en renunciar a los<br />
cigarros cubanos, que me hicieron compañía por más de<br />
cincuenta años.<br />
Me quedé solo en la habitación. Al lado, una familia<br />
entera estaba festejando el éxito de la operación de<br />
Simón, un comerciante de Rosario, que hacía varios meses<br />
estaba en lista de espera para un trasplante de corazón,<br />
finalmente ejecutado.<br />
Miré mi reflejo sobre el vidrio de la ventana. ¡Cuántas<br />
cosas escondían los surcos rugosos de mi rostro: años de<br />
trabajo en esta tierra lejana, sacrificios, gozos y dolores<br />
pero también grandes satisfacciones!<br />
Mirándome al espejo recorrí con la mente el período de<br />
mi breve infancia vivido en Basilicata y el día que me fui.<br />
Mi familia dejó el pueblo en la tierra lucana para emigrar a<br />
América del Sur. Era una familia numerosa, como todas<br />
las de entonces. Cuatro hijos varones y dos niñas. Mi<br />
padre era un agricultor y mi madre una mujer de campo.<br />
Era el 1926 y apenas tenía siete años. En el puerto, el<br />
navío, completamente blanco, me parecía inmenso, el tío<br />
Giovanni nos saludaba desde lejos, en el muelle. Mi padre,<br />
con los ojos brillantes, sentado a pocos metros, tocaba la<br />
pianola y las notas atormentadoras de aquella balada de<br />
pueblo acompañaban el sonido del agua sobre los flancos