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Untitled - Nicola Viceconti

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Desde que nos conocimos Graciela me cuidó de manera<br />

especial. Al principio, su modo gentil y sagaz me<br />

avergonzaba un poco. Ahora me acostumbré y lo<br />

considero normal.<br />

Sin embargo, quería preguntarle ya hace tiempo el por<br />

qué de tanta dedicación. Cuando lo hice esta mañana, me<br />

respondió sin titubear:<br />

- ¡Porque me recuerda a mi padre!<br />

Solo al nombrarlo se le iluminaron los ojos.<br />

- Usted tiene el mismo modo de hablar, de gesticular.<br />

Graciela me contó de su relación distante, basada en<br />

cartas, charlas telefónicas y alguna que otra visita. Hacía<br />

ya muchos años que él vivía en Europa en la casa de su<br />

otra hija.<br />

Seguimos hablando sin darnos cuenta que se había<br />

pasado el horario de la comida. Cuando vi el reloj faltaban<br />

algunos minutos para las tres. Comenzamos a reír.<br />

Graciela fue a la cocina y yo me quedé sentado en el<br />

sillón.<br />

- ¡Nooo…no es posible! Señor Doménico, señor<br />

Doménico! Volvió con la expresión iluminada como si<br />

hubiera visto algo maravilloso. Me ayudó a levantarme<br />

del sillón, y luego teniéndome por el brazo me acompañó<br />

hasta la ventana. La abrió como el telón de un gran<br />

escenario, lista para ver todo mi estupor.<br />

El jardín, la calle, los autos estacionados, los tejados de<br />

las casas y todo alrededor estaba blanco. Grandes copos<br />

de nieve como margaritas blancas caían lentamente por<br />

todas partes. Nos quedamos allí, en silencio e inmóviles,<br />

fijando la vista en el blando manto. Apoyado sobre el

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