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Untitled - Nicola Viceconti

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9 de julio de 2007<br />

Esta mañana Graciela llegó mientras estaba hablando<br />

por teléfono con Beatrice. Desde que se fue con toda su<br />

familia a vivir a Mendoza, nuestra relación había<br />

cambiado un poco. Raramente hablamos, y cuando lo<br />

hacemos es siempre ella la que llama. De vez en cuando<br />

me lo hace notar, me hace sentir culpable por descuidarla,<br />

sobre todo ahora que quedamos sólo nosotros dos de los<br />

seis hermanos. Pero enseguida después vuelve a ser dulce<br />

como siempre. Yo era su hermano preferido, conmigo no<br />

se enoja nunca.<br />

Me llamó para comunicarme que fue bisabuela. Su nieta<br />

Angela tuvo un hermoso varoncito.<br />

Estaba emocionada y quería decírselo al único hermano<br />

que le quedaba. Me dijo también que hacía algún tiempo<br />

que tenía fuertes ganas de verme y que le gustaría mucho<br />

venir a Buenos Aires, cuando pasara la ola de frío de estos<br />

días.<br />

Mientras tanto salía de la cocina el perfume del café.<br />

Graciela estaba preparando el desayuno. Había comprado<br />

en la panadería un par de medialunas recién horneadas.<br />

Era uno de esos detalles que tenía para conmigo<br />

diariamente.<br />

- ¡Querida Graciela, me malcría demasiado!. ¿No sabe<br />

que los viejos son tan golosos como los chicos?<br />

Hizo una sonrisa.<br />

- Tiene razón señor Doménico, pero con Usted me viene<br />

de manera espontánea.

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