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9 de julio de 2007<br />
Esta mañana Graciela llegó mientras estaba hablando<br />
por teléfono con Beatrice. Desde que se fue con toda su<br />
familia a vivir a Mendoza, nuestra relación había<br />
cambiado un poco. Raramente hablamos, y cuando lo<br />
hacemos es siempre ella la que llama. De vez en cuando<br />
me lo hace notar, me hace sentir culpable por descuidarla,<br />
sobre todo ahora que quedamos sólo nosotros dos de los<br />
seis hermanos. Pero enseguida después vuelve a ser dulce<br />
como siempre. Yo era su hermano preferido, conmigo no<br />
se enoja nunca.<br />
Me llamó para comunicarme que fue bisabuela. Su nieta<br />
Angela tuvo un hermoso varoncito.<br />
Estaba emocionada y quería decírselo al único hermano<br />
que le quedaba. Me dijo también que hacía algún tiempo<br />
que tenía fuertes ganas de verme y que le gustaría mucho<br />
venir a Buenos Aires, cuando pasara la ola de frío de estos<br />
días.<br />
Mientras tanto salía de la cocina el perfume del café.<br />
Graciela estaba preparando el desayuno. Había comprado<br />
en la panadería un par de medialunas recién horneadas.<br />
Era uno de esos detalles que tenía para conmigo<br />
diariamente.<br />
- ¡Querida Graciela, me malcría demasiado!. ¿No sabe<br />
que los viejos son tan golosos como los chicos?<br />
Hizo una sonrisa.<br />
- Tiene razón señor Doménico, pero con Usted me viene<br />
de manera espontánea.