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aureolas de los vasos de los jugadores precedentes, luego<br />
entregaba las cartas y auguraba que ganara el mejor.<br />
En aquellos momentos, Saverio se sentía libre de los<br />
preconceptos y se convertía en sí mismo. En esos<br />
memorables partidos de cartas lograba atraer a muchos<br />
espectadores. Era hábil en mostrar su humorismo con una<br />
serie de bromas regularmente anticipadas, por el ruido de<br />
un as de basto o de un tres de espadas abatido con fuerza<br />
sobre el mármol de la mesa. Y así, cada vez que entraba<br />
en el bar, la sala del fondo se transformaba en un teatro y<br />
las risas estruendosas de todos se escuchaban hasta<br />
afuera. Al final de cada partido seguía un brindis colectivo<br />
que ofrecía generosamente, sin ostentar nunca su<br />
posición. Saverio quería ser uno de ellos y los aldeanos<br />
estaban orgullosos.<br />
Era respetuoso hacia el prójimo y ésto lo hacía distinto<br />
al resto de sus parientes, sobre todo de Germana y Pier<br />
Giorgio, sus dos primos hermanos. También ellos<br />
pertenecían a los Manieri Banzi, eran hijos de Carlo,<br />
hermano de don Vincenzo. Eran unos años más grandes<br />
que Saverio, habían pasado la adolescencia en un<br />
renombrado colegio de Nápoles, uno de aquellos lugares<br />
en donde las familias acomodadas del sur mandaban los<br />
propios hijos a “aprender las reglas y las buenas<br />
costumbres de la alta sociedad”. ¡Así decían sus padres!<br />
Sin pensar que el ánimo noble no se adquiere, sino que<br />
nace de una predisposición interior.<br />
¡Saverio sí que era un verdadero caballero! Los<br />
encantos que emanaba en cada situación, ciertamente, no<br />
se los había inculcado nadie. Por no hablar, luego, de su