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improvisaciones. Él, sin perder nunca la concentración, la<br />
llevaba distraído por la sala, jugando con la elasticidad de<br />
su físico. Las piernas de Sofía, libres de pasos obligados, se<br />
enganchaban al cuerpo de Raúl como la hiedra alrededor<br />
de una columna. Un gancho de Sofía, bloqueado por la<br />
mano de Raúl, puso fin al baile. Como en una fotografía<br />
impresa quedaron inmóviles por algunos instantes hasta<br />
el comienzo del tema siguiente.<br />
Una vez más la inconfundible voz de Francisco Canaro<br />
volvió a sonar sobre las notas de Milonga Sentimental.<br />
Raúl y Sofía volvieron a bailar. Me quedé admirándolos<br />
todo el tiempo. Buscaban en aquella milonga la poesía y el<br />
divertimiento, como en un juego musical, precisamente<br />
como mi viejo amigo Javier Moreno.<br />
Sólo entonces entendí que no había alguna diferencia<br />
entre viejo y nuevo. Aquella velada puso fin a todas<br />
nuestras incomprensiones emergidas en los altercados<br />
sobre las interpretaciones del tango y llegué a la<br />
conclusión de que los estilos cambian pero lo que queda<br />
inmutable es la pasión por el baile.<br />
¡El tango tiene una sola alma!