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Untitled - Nicola Viceconti

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electrónico. Se acercó y me susurró a la oreja:<br />

- ¡Cumpà, este baile es para vos!<br />

Avanzó caminando al tiempo de la música, se acercó a<br />

Sofía y le hizo da una vuelta, luego, la envolvió en un<br />

abrazo y empezaron a bailar. Graciela se quedó sin<br />

palabras.<br />

- ¡Tiene el tango en las venas como Usted, señor<br />

Doménico!<br />

- ¡Sí! Sólo que con sesenta años de diferencia.<br />

La pasión común por el tango entre un viejo y un joven<br />

no era una cosa rara en Buenos Aires. Le expliqué a<br />

Graciela que, salvo pocas excepciones, quien bailaba tango<br />

en las milongas o era anciano o muy joven como Raúl. En<br />

la historia argentina, el tango para los menores de<br />

cuarenta no ha sido bien visto y las milongas, en los largos<br />

períodos de dictadura militar, fueron cerradas. Sólo al<br />

principio de los años ochenta las cosas cambiaron<br />

definitivamente. Aquellos de la vieja guardia, como yo,<br />

reaparecimos en las milongas para descubrir de nuevo el<br />

gusto de bailar el tango así como lo bailábamos en nuestra<br />

juventud. Los jóvenes como Raúl, en cambio, empezaban<br />

a bailar el tango como alternativa a los bailes de otro<br />

género.<br />

Ya desde los primeros instantes me di cuenta que, a<br />

diferencia de las otras parejas, Raúl y Sofía no querían<br />

demostrar que sabían repetir coreografías ya vistas en los<br />

bailarines más famosos. Interpretaban el tango buscando<br />

nuevos modos de ejecutar las figuras y lograban poner<br />

atención en el equilibrio de sus cuerpos. Sofía se<br />

abandonaba a Raúl y se dejaba guiar en las

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