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Me quedé sin palabras cuando vi bailar a Teresa con mi<br />
hermano. Era equilibrada y altiva en los movimientos,<br />
más que cualquier otra mujer presente en la sala.<br />
Abrazaba a Pasquale sin apretarlo demasiado, como si su<br />
mano fuera una mariposa posada sobre su hombro,<br />
delicada, ligera como una pluma.<br />
Desde lejos pude ver su figura. En el momento en que<br />
nos habían presentado había sido mezquino.<br />
Teresa no era alta y sus formas eran marcadas pero a<br />
grandes rasgos tenía un físico armónico. Tenía puesto un<br />
vestido negro que la cubría suavemente dejando imaginar<br />
sus formas.<br />
Tuve que esperar la tanda entera para poder invitarla y<br />
cuando se lo pedí, ella aceptó con aire de suficiencia<br />
mostrándose desinteresada. Tal vez lo hizo sólo por la<br />
amistad que la ataba a mi hermana y no por el placer de<br />
bailar conmigo.<br />
Ignoré su actitud. En aquel entonces mi único objetivo<br />
era exhibirme. Quería enseñar mi habilidad a los<br />
presentes, esta vez con una mujer que supiera bailar bien.<br />
Pero al abrazarla, fui invadido por una sensación<br />
diversa con respecto a lo que sentía con las otras mujeres.<br />
El gusto del contacto físico con su cuerpo prevalecía sobre<br />
mi vanidad. No se trataba de un simple abrazo, sino de un<br />
total compromiso del cuerpo y de los sentidos. Todo era<br />
mucho más íntimo.<br />
- ¡Apretá más fuerte!<br />
Me dijo. Luego se apoyó sobre mi pecho en una posición<br />
ligeramente oblicua. Nuestros cuerpos formaban una<br />
pirámide.