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09.05.2013 Views

Apéndice III. La poesía dispersa de Díez-Canedo no ha de esconderte, que es tuya el área libre y abierta, la plaza pública y en ella el amor de los tuyos te mantiene, te vela y te aguarda. La tierra libre que hoy por tus héroes apelmazada de sangre, aún húmeda, pretenden hollar los extraños hinche sacos robustos y envuelve tu piedra viva no con el árido beso, mortaja de sus cadáveres, sino con filiales caricias, con blanduras calientes de nido. Madrid su gleba te ofrece, dándote mimos de espera, besos recónditos; que hará grito y luz, risa y canto, luego, al sol de la victoria. Verás de nuevo los bandos gráciles en torno tuyo, de las pacíficas palomas que un día trajeron el olivo ideal en el pico, día glorioso que vio en tus próximas torres morada franja de púrpura nacer junto al gualda y al rojo como emblema cabal de la patria. No la desgarran los negros pájaros que audaces mueven terror y estrépito, por cima de ti revolando como entonces las cándidas aves. Huirán malditas las alas tétricas a sus adustos peñones nórdicos, 624

Apéndice III. La poesía dispersa de Díez-Canedo a sus traicioneras guaridas, ilusión de un imperio de sombra. Y el pueblo libre que al reto cínico tomando un arma dio el pecho impávido, vendrá en busca tuya, Cibeles, a rendirte el antiguo homenaje. Tú renunciaste los que a los númenes presta devoto con gesto hipócrita quien goza de verlos cautivos en un ara, en un templo, en un culto; dioses sin alma, signos hieráticos de algo intangible, pretexto impúdico que invoca el tirano, suprema sinrazón en razón convenida. Hija del pueblo te hiciste, pródiga de sus donaires, flor de sus ímpetus, hermana de sus milicianos, y de sus divisiones madrina. Vela en tu asilo y un día muéstranos tus cicatrices en el magnífico surgir de legiones triunfantes que han trocado el fusil por la azada. Tú las oíste cuando impertérrita frente al ataque brutal irguiéndose su “no pasarán” opusieron al furor, a la astucia, al augurio. Y oirás de nuevo cantos y vítores, verás un pueblo fraterno, unánime, los brazos abiertos, los puños apretados, tranquilo y resuelto. 625

Apéndice III. La poesía dispersa <strong>de</strong> Díez-Canedo<br />

a sus traicioneras guaridas,<br />

ilusión <strong>de</strong> un imperio <strong>de</strong> sombra.<br />

Y el pueblo libre que al reto cínico<br />

tomando un arma dio el pecho impávido,<br />

vendrá en busca tuya, Cibeles,<br />

a rendirte el antiguo homenaje.<br />

Tú renunciaste los que a los númenes<br />

presta <strong>de</strong>voto con gesto hipócrita<br />

quien goza <strong>de</strong> verlos cautivos<br />

en un ara, en un templo, en un culto;<br />

dioses sin alma, signos hieráticos<br />

<strong>de</strong> algo intangible, pretexto impúdico<br />

que invoca el tirano, suprema<br />

sinrazón en razón convenida.<br />

Hija <strong>de</strong>l pueblo te hiciste, pródiga<br />

<strong>de</strong> sus donaires, flor <strong>de</strong> sus ímpetus,<br />

hermana <strong>de</strong> sus milicianos,<br />

y <strong>de</strong> sus divisiones madrina.<br />

Ve<strong>la</strong> en tu asilo y un día muéstranos<br />

tus cicatrices en el magnífico<br />

surgir <strong>de</strong> legiones triunfantes<br />

que han trocado el fusil por <strong>la</strong> azada.<br />

Tú <strong>la</strong>s oíste cuando impertérrita<br />

frente al ataque brutal irguiéndose<br />

su “no pasarán” opusieron<br />

al furor, a <strong>la</strong> astucia, al augurio.<br />

Y oirás <strong>de</strong> nuevo cantos y vítores,<br />

verás un pueblo fraterno, unánime,<br />

los brazos abiertos, los puños<br />

apretados, tranquilo y resuelto.<br />

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