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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Paragüita, y Otto dijo que por qué no jugábamos a las bolitas. Yo dije que no se<br />

veía nada, y Paragüita dijo que jugáramos a la picada. Pusimos tres bolitas cada<br />

uno, en una línea horizontal, en el escalón más alto de la casa, y paralela a una<br />

de las paredes que hacía marco a la puerta, y cada uno sacó de sus bolsillos el<br />

bolón de la suerte. Por turno, lanzamos el bolón de la suerte contra la pared. El<br />

rebote del bolón contra la pared debía arrasar con las bolitas propias y las de los<br />

adversarios.<br />

Jugamos hasta que nos dolieron los ojos: la luz de la calle no alcanzaba a<br />

iluminar el escalón de la casa. Ganó Paragüita, y se guardó nuestras bolitas en<br />

sus bolsillos, y nos miró. Otto y yo no pronunciamos una sola palabra de<br />

objeción. Paragüita se llamaba José, y quien le dijera Paragüita, así fuese Luis<br />

Ángel Firpo, despertaba al asesino que Paragüita velaba detrás de gruñidos<br />

monosilábicos y obstinados silencios. José escuchaba el apodo —sus orejas eran<br />

como toldos, y caídas como las de los perros viejos—, y se lanzaba sobre el que<br />

lo dijo, la mano cerrada sobre un madero, un cuchillo, un hierro, una piedra, la<br />

manija de una olla con agua hirviendo. José tenía, ese invierno, once o doce<br />

años, y dos hermanas mayores que él, a las que no dejaba asomar a la puerta de<br />

calle, y una mamá que era gorda como las gordas del circo, y un papá cloaquero<br />

y callado, y que, decían, se bañaba todas las noches de la semana. Y usaba<br />

gorra, pero la del papá de José era de cuero. El papá de Otto era aviador, y era<br />

lo único que se sabía, en la cuadra, del papá de Otto. Y de la mamá de Otto se<br />

sabía que, cuando el papá de Otto volaba, volvía a su casa en las primeras horas<br />

de la madrugada. Otto aseguraba que su mamá cuidaba a unos viejos de<br />

mierda, que se descomponían de noche.<br />

Otto nos preguntó, a José y a mí, si teníamos plata. Le dije cuánta plata<br />

tenía: las monedas para pagar el Tit-Bits y El Tony, y comprar un cucurucho de<br />

maníes. José desenrolló un peso y, señalándome con la cabeza, musitó que<br />

pagaba por mí. Otto dijo que creía que alcanzaba. Supuse que ese<br />

entendimiento entre Otto y José, que me excluía, ponía en riesgo lo que gané en<br />

la pelea con Pérez. Me levanté y abrí la puerta de calle. Otto me dijo que<br />

esperara, que no me fuera, y sonrió como vi sonreír a Douglas Fairbanks<br />

cuando, en el papel de El Zorro, desenvaina su espada e infunde desesperación<br />

y terror a los arteros enemigos de la ley, y dijo que yo sabía para qué alcanzaba.<br />

Y cruzó la calle, y vimos agrandarse una luz pálida en la vereda de enfrente. Le<br />

pedí a José que me dijese qué era lo que yo debía saber. José me dijo que<br />

mandara a Titina para adentro, y me dijo que, si no sabía para qué alcanzaba la<br />

plata, me enteraría apenas volviera Otto. Y que, si enterado no quería, podía<br />

mirar. Y que si no quería mirar... José alzó los hombros, y se calló. Y el susurro<br />

de esa noche fue el discurso más largo que le escuché nunca a José. Otto volvió<br />

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