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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Departamento de Policía.<br />

Sé que yo tenía miedo a la pelea, a la violencia física. Sé que durante esos<br />

dos años aguanté, como pude, que Pérez, que era un muchachito que las<br />

señoritas distinguían por su apostura, me manchara, con tinta, algún cuaderno;<br />

me gritara, a la hora de tomar el vaso de leche, judío cabezón; me pusiera el pie,<br />

para que me fuese de cara al suelo, cuando salíamos de la escuela.<br />

Llegamos juntos al baño, y Pérez se quitó lentamente el guardapolvo, y yo<br />

tiré el mío al piso, y la sonrisa maligna, que prometía castigo a mi rebelión,<br />

desapareció de su cara al írmele encima, y golpearlo, a ciegas, sin parar, sin<br />

darle tiempo a armar su guardia, y retroceder, tomar aire, planear el ataque que<br />

cancelaría la estupefacción que le produjo mi estallido. Los otros chicos del<br />

grado aullaban como locos endemoniados, y yo pegaba y pegaba, y él, Pérez,<br />

dejó de defenderse, acaso convencido de la justicia de mi causa, y de que nada<br />

podía aplacar mi furia, y que su despotismo sobre mí llegaba a su fin. Tocaron<br />

la campana, y el griterío de los locos endemoniados impidió que la<br />

escucháramos, y nosotros, los que peleábamos, y el coro aullante de locos<br />

endemoniados, no volvimos al grado, y yo abrí los ojos, y vi a Pérez de espaldas<br />

contra una pared, los brazos bajos, y Pérez lloraba, no por temor a mi furia ni<br />

por los golpes que le propiné, sino por otra cosa, y yo le pregunté, jadeante, si<br />

quería que siguiéramos, y él movió la cabeza, de un lado a otro, y yo levanté mi<br />

guardapolvo del piso, y nadie le había puesto el pie encima. La señorita<br />

McCormick, que era nuestra maestra de cuarto o quinto grado, entró al baño,<br />

nos miró a Pérez y a mí, y a los otros chicos, silenciosos, los cuerpos de los otros<br />

chicos como flojos, como entregados a la consideración de algo que los<br />

involucraba, pero que ignoraban qué era. Y la señorita McCormick dijo que se<br />

sentía avergonzada, que esa pelea de indios y compadritos de sus dos mejores<br />

alumnos era lo último que ella podía imaginar, y que marcháramos a la<br />

dirección, a explicarle al señor director lo sucedido, y que los demás retornaran,<br />

más rápido que ligero, al aula.<br />

Y yo, entonces, que ya me había peleado con Pérez, y que tomaba vino en<br />

vasos altos, de vidrio tallado, salí a la calle, una de las tardes de ese invierno,<br />

con bolitas en los bolsillos del pantalón, y bolones con vetas azules y rojas. Y<br />

monedas que me dieron papá y mi abuelo y Ernesto para que comprase, como<br />

otras tardes de ese invierno, el Tit-Bits, y maníes, y El Tony. Salí a la calle y me<br />

senté en uno de los escalones de entrada a la casa, con Titina a mi lado, que me<br />

pasaba la lengua por la cara, y mamá estaba en la fábrica de caramelos, y papá<br />

en el Sindicato, y Ernesto y Carmen en Particulares, por una changa de seis<br />

horas que ya duraba un mes.<br />

Hacía frío, y era de noche, y el manisero no pasaba, y llegaron Otto y<br />

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