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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Pero muchas tardes, yo llevaba mis lápices de dibujo y mis cuadernos y mi<br />

libro de lectura y mi lapicera de pluma cucharita y el frasco de tinta a la cocina<br />

de Ernesto y Carmen, y en la cocina de Ernesto y Carmen hacía mis deberes, y<br />

tomaba mate con ellos, y Ernesto me enseñaba a jugar a la escoba de quince, al<br />

tute cabrero, al truco, y me invitaba a cenar. Y Ernesto se servía vino en unos<br />

vasos altos, de color rosado oscuro, de vidrio grueso, y con flores u hojas de<br />

árboles talladas en el vidrio grueso y rosado oscuro. Y Ernesto le regalaba<br />

cigarrillos a papá, y papá, que era sastre, le arreglaba los pantalones a Ernesto o<br />

una pollera a Carmen, y ellos decían que papá tenía una mano de primera.<br />

Yo iba a una escuela con chicos que dormían y comían en la escuela, que<br />

eran pupilos, hijos de policías muertos o algo así. El presidente de la<br />

cooperadora era el comisario Amleto Donadío, y las maestras, a las que<br />

llamábamos señorita, escribían sus cartas en papel de hilo y con monograma.<br />

Papá asistía a la ceremonia de fin de año, a la entrega de premios a los mejores<br />

alumnos, con un traje palm-beach y un rancho en la cabeza. Y sonreía, el rancho<br />

en la mano, y un cigarrillo entre los dedos de la otra, cuando el comisario<br />

Amleto Donadío me entregaba la Historia de Carlomagno o El Quijote, en papel<br />

biblia, porque yo era el mejor alumno de cuarto o quinto grado, y había izado la<br />

bandera, antes de entrar a clase, muchos días del año.<br />

Papá decía que el gobierno podía acusarlo de lo que se le antojara, menos<br />

de que un rojo no impulsara a su hijo a estudiar y conocer. Papá, además de<br />

rojo, era, tal vez, sarmientino, o lo que fuera que se pareciese a eso. En casa<br />

regía un principio: si la policía allanaba la pieza que mamá alquilaba a su<br />

nombre, debíamos salvar, antes que nada, los papeles y los libros de papá.<br />

Debíamos ganar tiempo, insistía papá, si nos allanaban la pieza; demorar a la<br />

policía en la puerta de calle, y esconder los libros en el techo de la casa, o<br />

dárselos a Ernesto y Carmen para que los guardaran donde se les ocurriese, o<br />

ponerlos bajo la tutela de Titina, en la cucha de Titina, que podía ser feroz y<br />

salvaje con los extraños.<br />

Y yo, que era buen alumno, ya me había peleado con Pérez en el baño de<br />

la escuela. Pérez también era buen alumno, y su papá era conductor de tranvía,<br />

y su mamá atendía un almacén, y Pérez me superaba en matemáticas y<br />

gimnasia, y no le importaba que yo fuese mejor que él en lectura y composición.<br />

Y sé que una mañana exploté: que salimos al primer recreo, y que le dije vamos<br />

al baño. Me miró, perplejo: su despotismo sobre mí venía de lejos. Quizá de<br />

primero superior y de tercer grado. Segundo grado lo cursé en otra escuela:<br />

tuvimos que mudarnos al barrio de Villa Crespo, a una casa de la calle Tres<br />

Arroyos, porque arrestaron a papá a la salida de una asamblea, y ni Rodolfo<br />

Aráoz Alfaro pudo evitar que se pasara quince días en un calabozo del<br />

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