Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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tierra, los largos fusiles en las manos y colgados de los hombros, fueron<br />
acuchillados, y se les arrancaron los ojos, y se los empaló, como en los buenos y<br />
viejos tiempos, para que aprendieran, antes de expirar, que esas llanuras, que<br />
pisó Atila, y que ese país, que San Esteban consagró a Cristo, nunca les<br />
pertenecerían. Y las fotografías de los destripados se pegaron en paredes de<br />
ciudades y aldeas, para que la memoria de los crímenes de los destripados no se<br />
perdiera.<br />
Mariann dijo, esa noche, que ella era muy joven, pero un poco más joven<br />
que Ernst. Dijo que los bolcheviques regresaron, y arrancaron las fotografías<br />
(para la eterna perdición de los bolcheviques), y destrozaron al ejército nazi en<br />
las afueras de Budapest, y que Ernst, que pudo escapar al cerco de los rojos,<br />
miraba, horas y horas, caer la lluvia sobre la llanura, de pie frente a una de las<br />
ventanas de la casa de los abuelos de Mariann. Y Mariann dijo que ella, de<br />
espaldas a Ernst, le pidió que bajaran al sótano, y que ésa fue una declaración<br />
de amor. Y Mariann no se rió cuando dijo que ésa fue una declaración de amor.<br />
Y Mariann se levantó el vestido, y le mostró, a Ernst, sus piernas desnudas, y su<br />
sexo, y el vello dorado que lo cubría, y el vientre y los pechos vírgenes. Ernst<br />
era un junker, y se supone que un junker estima más su honor que las<br />
desnudeces de una Julieta devastada por el frío, las pasiones de la adolescencia<br />
y el terror que le infundía la reaparición de los empalados.<br />
Ernst se voló los sesos de un balazo, dijo Mariann, la voz no muy alta, ni<br />
fría, ni cálida, pero con algo en la voz que no era conmiseración, que no era<br />
pena, y que impregnó esa voz que dijo que Ernst se voló los sesos de un balazo,<br />
de pie, y ante una ventana y una llanura oscurecidas por la lluvia.<br />
Istvan, que bajaba, por las noches, al sótano, y le llevaba pan y queso y<br />
frutas, le avisó que los mongoles ocuparían la casa; y que los mongoles<br />
acostumbraban violar a las hembras, fueran mujeres o bestias. La República,<br />
dijo Istvan, igualó a los mongoles con los seres humanos.<br />
En la choza de Istvan, nació Verónika. Y Mariann supo, en la choza de<br />
Istvan, que Matías Rakosi, un hombrecito panzón, de cara redonda y pómulos<br />
de tártaro, a quien no se acuchilló ni se empaló ni se le arrancaron los ojos<br />
cuando se lo debió empalar y acuchillar y arrancar los ojos, como en los buenos<br />
y viejos tiempos, era el dueño del poder. Mariann cruzó la frontera con<br />
Verónika, que era menos que una niña, y con Istvan.<br />
Mariann no soportó Francia: sus porteras, dijo, son sucias; sus músicos<br />
tocan en el Metro, y son negros; y sus campesinos son más sórdidos que los de<br />
Zola en La tierra.<br />
Mariann, en la Argentina, compró tierras, animales, casas, dólares,<br />
acciones y francos suizos. Y un sótano espacioso y seco.<br />
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