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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Mitteleuropa<br />

86<br />

A Ricardo Piglia<br />

Mariann no contesta preguntas teológicas. Yo, sí.<br />

Ella se sienta ahí, frente al púlpito, y yo me siento a su lado, y espero.<br />

Algunas noches se sienta ahí, frente al púlpito, y se queda callada. Y después se<br />

va. Y no sé, todavía, si a ella le importó que yo estuviese a su lado, quieto y<br />

silencioso dentro de la larga sotana, con los ojos cerrados, quizá con frío,<br />

dispuesto a responder preguntas teológicas, si alguien sabe qué es eso de<br />

responder preguntas teológicas.<br />

Cuando Mariann habla, sentada frente al púlpito, me sobresalto. Abro los<br />

ojos y veo un bulto del que salen palabras, que no escucho, y veo su pelo rubio,<br />

sus pómulos altos, y sus labios que se mueven, y que, cuando ella se va, los<br />

recuerdo —Dios me perdone— brillosos, húmedos, blandos.<br />

La última vez que vino no fue igual a las otras veces. Las otras veces, ella<br />

entró a la iglesia con la despreocupada soltura que usa para entrar y salir de las<br />

habitaciones de su casa, y se sentó. Y habló. O no habló. Las otras veces, cuando<br />

habló, habló de sus campos, del precio del trigo, de sus vacas, de los<br />

departamentos que construyó en Paraná y en Rio Grande do Sul, y de cómo los<br />

alquiló o vendió.<br />

Yo le conozco la voz a Mariann. No es muy alta la voz de Mariann. No es<br />

fría ni cálida. Y desde que supe que su voz no es muy alta, ni fría ni cálida, me<br />

pregunté cómo hizo ella para llegar a esa voz. ¿Y quién era yo cuando le conocí<br />

la voz, y me pregunté cómo Mariann llegó a esa voz? ¿Yo era sólo un muchacho<br />

alto, y sin recuerdos, a quien Mariann pagaba sus estudios en un seminario de<br />

curas?<br />

Y esa voz de Mariann ordenó, una tarde, que se diera de comer al<br />

muchacho alto y sin recuerdos, y que se lo alojase en la que sería, con el tiempo,<br />

su habitación, y que los peones, en presencia del muchacho alto y casi sin<br />

recuerdos, fuesen menos guarangos de lo que eran. Los peones no fueron<br />

menos guarangos de lo que eran, y yo no me sorprendí de la inocencia taimada<br />

de los peones, porque me preparaba para el sacerdocio o, quizá, porque fui<br />

campeón de los cien metros llanos en una ruidosa competencia interprovincial.

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