Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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El hombre que manejaba la camioneta pensó que las partidas no se anuncian. Y apretó el acelerador. 80
Willy Miré a mi alrededor y no me asusté. Escuché aullar, afuera, la tormenta. La tormenta de nieve. Era como un aullido: no se me ocurrió otra cosa. Aullido de lo que fuese. Y yo no me asusté. La radio dijo que la temperatura había descendido a doce grados bajo cero. Y después se cortó la transmisión. Por la tormenta. Pero la luz de la cabaña o la casa o como se llame a esto, era buena. Y era bueno mirar el fuego en el hogar de la chimenea. Y era bueno saber que me sobraba leña para todo el tiempo que durara la tormenta. Y que tenía cebollas, lentejas, porotos, jamón, café, queso y leche en polvo. Y galletas. Y una buena cocina de fierro, que prendí apenas escuché lo que dijo la radio antes que la tormenta la enmudeciera. Dios: no pude imaginar a nadie, allí, afuera, paseándose, como si mirara vidrieras por la calle Florida. Me comí dos platos de lentejas con pedazos de chorizo y jamón crudo, y me sobró, todavía, para el almuerzo y la cena del día siguiente. Aquí, en El Bolsón, hay que ser precavido. Y austero. Eran como las diez de la noche, y me dije, Willy, acostate, y leé El secuestro de la señorita Blandish, aunque leí tantas veces ese libro que, casi, me lo sé de memoria. O cualquiera de las tres o cuatro novelas de Chase que se apilan en un estante de la cabaña o casa o como llamen a esto. Las leí no sé cuántas veces, pero aquí, en El Bolsón, nadie se entretiene con Kant. Yo estaba calentito, después de haber comido las lentejas con pedazos de chorizo y jamón, y después de haber tomado medio litro de vino blanco, seco y, tal vez, algo ácido. Me dije: Willy, meté uno o dos troncos en el hogar de la chimenea, apagá los sol de noche, y acostate. Y acostate vestido, Willy. Estás en El Bolsón, Willy. En comunión con la naturaleza. Me saqué, despacio, los borceguíes. Y moví, dentro de las medias de lana, los dedos de los pies. Fue cuando me pareció oír unos golpes en la puerta de la cabaña o casa o como llamen a esto. Me quedé sentado en la cama y esperé. En El Bolsón vive gente que desprecia a Buenos Aires y su suciedad, su estrépito, su impiedad; gente que dice que no soporta a los que la habitan, y la medianía de sus proyectos, su obsesión por el dinero, la pobreza de sus mitos. En El Bolsón vive gente que no deja de hablar de la vuelta a la tierra, y que la vuelta a la tierra ennoblece al ser humano, pero yo descolgué la escopeta de una de las 81
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Miré a mi alrededor y no me asusté. Escuché aullar, afuera, la tormenta. La<br />
tormenta de nieve. Era como un aullido: no se me ocurrió otra cosa. Aullido de<br />
lo que fuese. Y yo no me asusté. La radio dijo que la temperatura había<br />
descendido a doce grados bajo cero. Y después se cortó la transmisión. Por la<br />
tormenta. Pero la luz de la cabaña o la casa o como se llame a esto, era buena. Y<br />
era bueno mirar el fuego en el hogar de la chimenea. Y era bueno saber que me<br />
sobraba leña para todo el tiempo que durara la tormenta. Y que tenía cebollas,<br />
lentejas, porotos, jamón, café, queso y leche en polvo. Y galletas. Y una buena<br />
cocina de fierro, que prendí apenas escuché lo que dijo la radio antes que la<br />
tormenta la enmudeciera. Dios: no pude imaginar a nadie, allí, afuera,<br />
paseándose, como si mirara vidrieras por la calle Florida.<br />
Me comí dos platos de lentejas con pedazos de chorizo y jamón crudo, y<br />
me sobró, todavía, para el almuerzo y la cena del día siguiente. Aquí, en El<br />
Bolsón, hay que ser precavido. Y austero. Eran como las diez de la noche, y me<br />
dije, Willy, acostate, y leé El secuestro de la señorita Blandish, aunque leí tantas<br />
veces ese libro que, casi, me lo sé de memoria. O cualquiera de las tres o cuatro<br />
novelas de Chase que se apilan en un estante de la cabaña o casa o como llamen<br />
a esto. Las leí no sé cuántas veces, pero aquí, en El Bolsón, nadie se entretiene<br />
con Kant. Yo estaba calentito, después de haber comido las lentejas con pedazos<br />
de chorizo y jamón, y después de haber tomado medio litro de vino blanco, seco<br />
y, tal vez, algo ácido. Me dije: Willy, meté uno o dos troncos en el hogar de la<br />
chimenea, apagá los sol de noche, y acostate. Y acostate vestido, Willy. Estás en<br />
El Bolsón, Willy. En comunión con la naturaleza.<br />
Me saqué, despacio, los borceguíes. Y moví, dentro de las medias de lana,<br />
los dedos de los pies. Fue cuando me pareció oír unos golpes en la puerta de la<br />
cabaña o casa o como llamen a esto. Me quedé sentado en la cama y esperé. En<br />
El Bolsón vive gente que desprecia a Buenos Aires y su suciedad, su estrépito,<br />
su impiedad; gente que dice que no soporta a los que la habitan, y la medianía<br />
de sus proyectos, su obsesión por el dinero, la pobreza de sus mitos. En El<br />
Bolsón vive gente que no deja de hablar de la vuelta a la tierra, y que la vuelta a<br />
la tierra ennoblece al ser humano, pero yo descolgué la escopeta de una de las<br />
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