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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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tres libros anteriores, también de cuentos: Sol de sábado (1962), Cita (1966) y El<br />

yugo y la marcha (1968). Con una lucidez que no por habitual en él merece ser<br />

sobreentendida, Ricardo Piglia consignó tempranamente, en la revista Los libros<br />

(1972), el rasgo fundamental que aquellos relatos decisivos instalaban para<br />

siempre en la narrativa de <strong>Rivera</strong>: “En lugar de la clásica oposición entre vida<br />

privada y lucha política, se trata de un vaivén interno a la escritura misma, por<br />

el que <strong>Rivera</strong> hace hablar a la política el lenguaje del deseo, disponiendo sobre<br />

la realidad de las relaciones sociales la palabra de un cierto delirio”. La precisa<br />

fórmula de Piglia hoy puede ser ampliada, en virtud del desarrollo ulterior de<br />

la narrativa de <strong>Rivera</strong>: así como la política se expresa en ella con el lenguaje del<br />

deseo, el erotismo asume allí la retórica de lo político. Política y sexualidad no<br />

son categorías intercambiables en esos relatos sino los ejes ortogonales que<br />

definen una función central: la electricidad que atraviesa las ficciones de <strong>Rivera</strong><br />

y que no es otra que las relaciones establecidas entre los personajes de sus<br />

historias en torno al poder. En el artículo ya mencionado, Piglia agrega: “De<br />

este modo, la significación aparece siempre desplazada: pequeños átomos de<br />

acción, diálogos sueltos, frases que se repiten, son las huellas que permiten<br />

reconstruir un sentido”. Y, desde luego, vuelve a acertar porque, al mismo<br />

tiempo que establecen esa sintaxis cruzada entre lo íntimo y lo público, los<br />

cuentos de <strong>Rivera</strong> imponen una economía basada en la interrupción y en el<br />

corte, en la deliberada omisión de aspectos cruciales de la anécdota y, en<br />

consecuencia, del sentido de la historia. Detrás de este rasgo aparentemente<br />

estético, que constituye desde entonces una constante en la narrativa de <strong>Rivera</strong>,<br />

se agazapa una necesidad que parece provenir de la experiencia personal del<br />

autor, imprimiendo en esa huella de sentido de la que habla Piglia un fuerte<br />

matiz autobiográfico que recorre con persistencia casi toda su obra: la de una<br />

revolución que redima de la injusticia. Y son las sucesivas derrotas de varias<br />

generaciones de revolucionarios —entre quienes destaca la figura del padre de<br />

Arturo Reedson, evidente alter ego del propio <strong>Rivera</strong>—, las que imponen en esta<br />

escritura la discontinuidad, como una forma escéptica y perpleja de la espera.<br />

La postergación de esa utopía en la cual cada vez es más difícil creer pero a la<br />

que no se puede renunciar convierte la escritura de <strong>Rivera</strong> en una peculiar<br />

modulación de la espera beckettiana. Como los personajes de Beckett, los de<br />

<strong>Rivera</strong> parecen atrapados en esta insalvable y fascinante contradicción: “No<br />

puedo seguir. Seguiré”.<br />

En algún momento —que quizá coincidió con el prolongado abandono de<br />

la forma novelística explorada en sus dos primeros libros—, <strong>Rivera</strong> parece<br />

haber sospechado que el cuento era el vehículo más adecuado para dar cuenta<br />

de esa derrota histórica y existencial. Como si hubiese intuido que, a la<br />

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