Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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—Él le pega, papá. —Ya me lo dijiste, muchacho. —¿Le digo a él que vos decís que se vaya? —No, Carlos. Si necesitara decir eso, se lo diría yo mismo. La muchacha del quinto y su acompañante alto y buen mozo apagan la lámpara de pie y se sientan delante de la pantalla del televisor. La muchacha y su acompañante se abrazan. Él besa a la muchacha en el cuello. La mano de la muchacha se posa en la bragueta de su acompañante. La mano de la muchacha queda ahí, como una mancha, iluminada por la parpadeante luz del televisor. —...Le pregunté si te quería, y ella dijo sí. Y a él lo querés, le pregunté. También, dijo ella. A los dos, les pregunté. Cuando seas grande, vas a entender, dijo ella. No quiero entender, dije yo. Carlos mira las gafas negras de Greta Garbo, el rictus inviolable de sus labios, y dice: —Me anoté para aprender yudo. —Yudo, ¿eh? Leí, en algún lado, que es un deporte dialéctico... ¿Y para qué vas a aprender yudo? —Para defenderlo al Jorge. —Y a vos, ¿quién te defiende? —A mí nadie me pega. Carlos aparta mi brazo de sus hombros y se acerca a la mesa. Golpea una tecla en la máquina de escribir. Otra. Y otra. Y escucha. —Una Corona no es una guitarra digo. —No —sonríe Carlos. —No —digo yo—. Una Corona no es una guitarra. —Papá... —Sí. —Volvé. —No... Soy tu amigo, Carlos. Y hay cosas que un amigo no le hace a otro amigo. Volver sería una de esas cosas que un amigo no debe hacer a otro amigo. Carlos se queda allí, en el centro de la habitación, entre el sable bayoneta y la ventana, midiéndome. —Rengueás —dice Carlos. —El tobillo. Pronto voy a estar bien. 64

—Me voy —dice Carlos. Acompaño a Carlos hasta el pasillo y llamo el ascensor. El ascensor llega, se detiene, y Carlos abre sus dos puertas. —Buenas noches, papá —dice Carlos, la cara pálida y más inescrutable que sus once años. —Buenas noches, hijo. El ascensor desciende con un zumbido opaco. Cierro la puerta del departamento. Mañana vendrán la hoja de afeitar rastrillando mi barba de dos días, las previstas muecas en el espejo, el café del desayuno, el primer cigarrillo del día, una mirada a la ventana de la muchacha del quinto, el tecleo de la Corona, baires, agosto 28. Diarios hácense eco de agravamiento situación económica del país. Stop. Me palpo el tobillo. La inflamación se redujo: no hay como los baños de agua y sal para las torceduras de tobillo. 65

—Me voy —dice Carlos.<br />

Acompaño a Carlos hasta el pasillo y llamo el ascensor. El ascensor llega,<br />

se detiene, y Carlos abre sus dos puertas.<br />

—Buenas noches, papá —dice Carlos, la cara pálida y más inescrutable<br />

que sus once años.<br />

—Buenas noches, hijo.<br />

El ascensor desciende con un zumbido opaco. Cierro la puerta del<br />

departamento.<br />

Mañana vendrán la hoja de afeitar rastrillando mi barba de dos días, las<br />

previstas muecas en el espejo, el café del desayuno, el primer cigarrillo del día,<br />

una mirada a la ventana de la muchacha del quinto, el tecleo de la Corona,<br />

baires, agosto 28. Diarios hácense eco de agravamiento situación económica del<br />

país. Stop.<br />

Me palpo el tobillo. La inflamación se redujo: no hay como los baños de<br />

agua y sal para las torceduras de tobillo.<br />

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