Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Carlos contempla los caireles de la araña que cuelga del techo del dormitorio, las lámparas sin pantalla, y dice: —No me gusta. —A mí tampoco —le contesto. —Sacála. —¿Para qué? Esa araña estaba cuando alquilé el departamento. No me molesta. No la miro y no me molesta. La muchacha usa unos anteojos que le comen la cara; ella y su acompañante alto y buen mozo están sentados en la cama. El acompañante de la muchacha le acaricia las rodillas y le acerca su boca al oído. La muchacha ríe. Una de las manos del acompañante de la muchacha sube entre los muslos apretados de la muchacha que, todavía, ríe. —Te lastimaste el pie —dice Carlos—. Ella me avisó. —Me torcí el tobillo; iba a cruzar la calle para comprar unas empanadas, pisé mal, y me torcí el tobillo. —¿Te arreglás solo? —Cuando me aburro, escucho la radio. —¿Y pudiste comer las empanadas con el tobillo torcido? —Me olvidé de la torcedura del tobillo con unos vasos de vino. —¿Rezás, de noche, para curarte pronto el tobillo? —¿Rezar?... No... Bueno: no se me ocurrió. —Ella me dijo que si uno está enfermo, y cree que, si reza, se cura, debe rezar. —Te dijo que recés para curarte de... no sé... ¿un resfrío? —Sí. —Oh... —Yo voy a rezar para que se te cure el tobillo. —Gracias, hijo. La muchacha está en la cocina o en alguna otra parte del departamento que ocupa en el quinto piso; su acompañante, el buen mozo, sentado en la cama, habla. Hojea un libro y habla. No escucho lo que dice, pero la muchacha debe ser maestra o estudiante de medicina o farmacéutica. Hace un par de semanas nos encontramos en el ascensor, y ella vestía un guardapolvo blanco. —¿Por qué hacés eso? —me pregunta Carlos. —Son muecas, apenas. Las hago para saber que puedo ser otro. —¿Te gusta hacer muecas? —Inmuniza contra la tristeza. 62

—¿Siempre hacés muecas? —Cuando me afeito. —Y te reís. —Me río. Digo: fíjense en ese payaso. Y ese payaso trabaja para mí, en el espejo. —Pero ese payaso sos vos. —Uno se divide en dos. —¿Y si yo muevo los ojos así? —Formidable Carlitos. Te aseguro que nunca vi nada igual. —¿Tendría que afeitarme? —No, no es necesario... Pero cuando te lavés los dientes, antes de ir al colegio... —¿Y si ella me ve? —Lo que importa —le digo a Carlos— es que vos encuentres al payaso en el espejo. Las muecas sirven para que no se te borre la cara. —¿Si uno no hace muecas se le borra la cara? —No lo sé, pero si yo hubiera pasado cuarenta años con la misma cara en el espejo, ya estaría muerto de aburrimiento. Carlos se detiene frente a las fotos de Greta Garbo, de Brecht, de Marilyn. La radio funciona: Laurel y Hardy, puesto treinta y cinco en el ránking de los Estados Unidos. Y en ascenso. —Estudio guitarra —dice Carlos. —Es un hermoso instrumento. El acompañante de la muchacha del quinto dibuja flores de anchos pétalos en una tira de papel, extendida sobre la mesa de luz. Y escribe letras, con empeño. Mira las flores y las letras grandes y de imprenta, y pega la hoja, en el respaldo de la cama, con cinta dúrex. —Ella dijo que si vos volvieras... Después lloró, como esa vez que fuimos al restorán, y ella se peleó con tus amigas. —No lloró. Mami, esa vez, no lloró. —Lloró y se enfermó. Se metió en la cama y se enfermó. Y me pidió que la perdonara, que sus nervios tenían la culpa de lo que pasó, y dijo que no se iba a pelear nunca más con tus amigas. —¿Y vos la perdonaste? —Sí. Y le dije que, por favor, dejara de llorar; que yo la quiero. Ella dijo que sí, y que me adora, y que no la deje sola. —¿Tenés hambre, hijo? 63

—¿Siempre hacés muecas?<br />

—Cuando me afeito.<br />

—Y te reís.<br />

—Me río. Digo: fíjense en ese payaso. Y ese payaso trabaja para mí, en el<br />

espejo.<br />

—Pero ese payaso sos vos.<br />

—Uno se divide en dos.<br />

—¿Y si yo muevo los ojos así?<br />

—Formidable Carlitos. Te aseguro que nunca vi nada igual.<br />

—¿Tendría que afeitarme?<br />

—No, no es necesario... Pero cuando te lavés los dientes, antes de ir al<br />

colegio...<br />

—¿Y si ella me ve?<br />

—Lo que importa —le digo a Carlos— es que vos encuentres al payaso en<br />

el espejo. Las muecas sirven para que no se te borre la cara.<br />

—¿Si uno no hace muecas se le borra la cara?<br />

—No lo sé, pero si yo hubiera pasado cuarenta años con la misma cara en<br />

el espejo, ya estaría muerto de aburrimiento.<br />

Carlos se detiene frente a las fotos de Greta Garbo, de Brecht, de Marilyn.<br />

La radio funciona: Laurel y Hardy, puesto treinta y cinco en el ránking de los<br />

Estados Unidos. Y en ascenso.<br />

—Estudio guitarra —dice Carlos.<br />

—Es un hermoso instrumento.<br />

El acompañante de la muchacha del quinto dibuja flores de anchos pétalos<br />

en una tira de papel, extendida sobre la mesa de luz. Y escribe letras, con<br />

empeño. Mira las flores y las letras grandes y de imprenta, y pega la hoja, en el<br />

respaldo de la cama, con cinta dúrex.<br />

—Ella dijo que si vos volvieras... Después lloró, como esa vez que fuimos<br />

al restorán, y ella se peleó con tus amigas.<br />

—No lloró. Mami, esa vez, no lloró.<br />

—Lloró y se enfermó. Se metió en la cama y se enfermó. Y me pidió que la<br />

perdonara, que sus nervios tenían la culpa de lo que pasó, y dijo que no se iba a<br />

pelear nunca más con tus amigas.<br />

—¿Y vos la perdonaste?<br />

—Sí. Y le dije que, por favor, dejara de llorar; que yo la quiero. Ella dijo<br />

que sí, y que me adora, y que no la deje sola.<br />

—¿Tenés hambre, hijo?<br />

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