Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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cuando el paciente no fuera a sobrevivir más de cuarenta horas o cuarenta días<br />
a la extirpación de un tumor en la vesícula.<br />
Eugenio era cirujano de un hospital de los arrabales de Buenos Aires;<br />
compartimos la redacción de una revista literaria, su desesperanzada prosa y<br />
algunos estallidos de pedantería que, impresos y releídos, nos dejaban<br />
estupefactos. Pero estaba escrito que aquellos años no fueran pacientes con la<br />
lírica. Sepultamos piadosamente la publicación: invocar a Barthes, aun para un<br />
reducido núcleo de iniciados, cuando el aire olía a pólvora y demencia, parecía<br />
tan ridículo como pasearse vestido por un campamento nudista.<br />
Eugenio ingresó a las formaciones especiales: discutimos esa elección durante<br />
sus largas noches de guardia en el hospital, entre una partida de ajedrez y un<br />
borracho acuchillado en un entrevero de mal vino. Eugenio no se crispaba ni se<br />
conmovía por las llagas y las penurias de los marginales que poblaban los<br />
suburbios de Buenos Aires. Le interesaba la acción, y para justificarla no<br />
incurría en los desvelos del burgués que objeta las ruindades de su clase.<br />
Ponía en cuestión, sí, los ambiguos pactos que sus amigos trababan con los<br />
jefes más venales que el populismo haya concebido nunca. Pero sus reproches<br />
—lo quisiera Eugenio o no— exhibían la fragilidad de la condena moral.<br />
—El que acepta los fines —le dije—, etcétera...<br />
—Proverbio por proverbio, las diferencias no me ocultan el bosque...<br />
Etcétera, etcétera.<br />
—¿Y qué me contás de los espejismos?<br />
—Ofreceme algo mejor.<br />
—Traé el tablero: me tocan las blancas.<br />
Nos quedaba eso: la irrevocabilidad que emanaba de las máscaras negras<br />
y de las máscaras blancas, su incitación a la belleza, la muerte pura que se<br />
desprendía de ellas. Era mucho, a condición de permanecer mudos, de no<br />
mirarnos, de olvidar lo que nos separaba.<br />
La abrumadora melancolía de las despedidas acechó nuestros posteriores<br />
encuentros. Prescindo, compréndame, de los preámbulos que intentan descifrar<br />
la secreta y lúcida fatalidad de las rupturas.<br />
Digo, si algo debe decirse, que Eugenio, una noche que jugaba con<br />
blancas, abrió con P4R. El canon prescribe P4D como una de las respuestas<br />
posibles. Moví P3TD, porque me gustan los adioses memorables.<br />
Eugenio me miró, los ojos vacíos.<br />
—Nos vemos —murmuré.<br />
Eugenio se levantó de su silla, los ojos vacíos, y se fue, sin abrir la boca.<br />
Jaque.<br />
En octubre de 1975, lo detuvieron: fue entregado a las bandas de la<br />
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