Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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—¿No te dejás nada? —pregunta Débora. XV Saúl alzó el tubo del teléfono. —Habla Mirta. —Sí. —Vení a verme. —¿Pasa algo? —Vení a verme. —Mirta, estoy ocupado. —Vení. —No. —Thales. La comunicación se cortó. Saúl buscó una silla y se sentó. Matarla, pensó. Y rápido. Cerró los ojos y bloqueó al pánico. Necesito tiempo. Pensá, Thales. Pensá. Soy un habitante del ghetto. Un uniforme pardo camina por la vereda; yo bajo a la calle. La estrella amarilla me quema como un fuego frío, colgada de la manga de mi saco. El uniforme pardo prevé mi incineración en el idioma de Hegel. Tengo la cara vacía, la cara de los cortejantes de la mortificación, la cara y el alma vacías. Pero David Stein nunca creyó que el hombre poseyese alma, ni que el cielo fuese otra cosa que la vaga designación de un gas de estructuras químicas aún desconocidas. Y mató a los uniformes pardos en el bosque, en un sótano, en el inestable recodo de una ruta. David Stein no leyó Caperucita Roja. Saúl volvió a sonreír. Los que me conocen dicen que soy un santo. Y la carne de los santos, en la hora del martirio, no abdica de su calidad: es de acero forjado. La mía es simplemente carne, vitz que no resiste al fuego. Salió a la calle; tembló. Un sello helado giró en su pecho y un líquido espeso le blanqueó el cerebro. Una Mirta jadeante, de ojos vidriosos, le abrió la puerta. —Hola —dijo Saúl, y una mueca hambrienta y hueca le alargó los labios. —Ahí —musitó Mirta, y le señaló un puf de cuero instalado frente a un diván. Ella se sentó en el diván y encogió las piernas. —Mi caballo rodó —dijo Mirta. —Sí —dijo Saúl. —Se quebró una pata. 46
—Sí —repitió Saúl. —Vos sos mi caballo... ¿sí? Saúl la contempló. Mirta tragó aire velozmente; sus labios estaban mojados de saliva. —Sí —dijo Saúl. —¿Vas a ser bueno conmigo? Saúl la abrazó por la cintura. Mirta echó la cabeza hacia atrás y suspiró. Saúl le miró la garganta, mientras sus manos, entre las ropas, trepaban por una piel fría y escamosa. Alguien apretó el disparador de una cámara fotográfica. 47
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—Sí —repitió Saúl.<br />
—Vos sos mi caballo... ¿sí?<br />
Saúl la contempló. Mirta tragó aire velozmente; sus labios estaban<br />
mojados de saliva.<br />
—Sí —dijo Saúl.<br />
—¿Vas a ser bueno conmigo?<br />
Saúl la abrazó por la cintura. Mirta echó la cabeza hacia atrás y suspiró.<br />
Saúl le miró la garganta, mientras sus manos, entre las ropas, trepaban por una<br />
piel fría y escamosa.<br />
Alguien apretó el disparador de una cámara fotográfica.<br />
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