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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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concluyó su ominosa letanía, estuve a punto de ordenar que barrieran del suelo<br />

lo que quedaba de Mirta.<br />

Al día siguiente, Mirta se presentó en la oficina vestida con un gorro<br />

cosaco y una boa suave y peluda en el cuello (quizá la prenda menos<br />

mesuradamente simbólica que su madre, al emprender la huida, abandonó en<br />

uno de los cajones del ropero). Además, unas perlas blancas y opacas le<br />

colgaban de las orejas. Saúl se derrumbó, estupefacto, en su asiento: nunca<br />

terminaré de explicarme su mudez, y su mirada fija —tal vez, demoníaca— en<br />

esa escenografía bizantina y febril.<br />

XIV<br />

Débora sirve el desayuno para los dos; es el último que tomo con ella. Me<br />

despido de estas paredes, de estos olores, de esta penumbra funeraria. Digo<br />

adiós a los furiosos espectros que la habitan. Débora, adiós.<br />

Débora mastica una tostada. Se inclina hacia mí y le veo los pechos por la<br />

bata entreabierta: un destello que me costará olvidar.<br />

—Me da asco lo felices que somos —dice Débora—. El día menos pensado<br />

vas a proponerme que nos casemos.<br />

Algo salta dentro de mí: un resorte, un monstruo que emerge<br />

fatigosamente del pantano y agita su cabeza hidrocéfala deslumbrado por el sol.<br />

—¿Qué sos para Saúl? —le pregunto.<br />

—¿Qué creés que soy?<br />

Maldita. Freud te contestaría con otra pregunta. Yo soy cristiano, si nadie<br />

se opone.<br />

—No sé.<br />

—Él tampoco.<br />

Palpo mi bolsillo: allí está el sobre de papel madera. Hay luz. La hora del<br />

safari. Abro el sobre y deposito la foto en su falda.<br />

Débora no toca la espejeante cartulina: alza la cabeza y me mira. Dice:<br />

—Esa perra no vivirá mucho.<br />

El tercer canto del gallo. Cronológicamente, Saúl debió lanzar el primero;<br />

yo, el segundo, cuando recordé el nervioso desagrado de César por la mezquina<br />

figura de Casio. Saúl también es flaco, con una salvedad: César, que disfrutaba<br />

de los efebos gráciles, nació hombre. Débora, entonces, presiente para Mirta la<br />

copiosa dosis de somníferos, la ventana propicia de un noveno piso, el<br />

involuntario viraje de un auto.<br />

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