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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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XIII<br />

Según los cánones establecidos por los concursos de belleza, las revistas de<br />

modas y los desfiles de modelos, Mirta no es la candidata ideal para que se le<br />

discierna el título de Miss Primavera. Alguien comparó el color de sus piernas<br />

con el de las patas de las gallinas Leghorn: un blanco frotado y triste. No son<br />

bellas: adelgazan abruptamente en los tobillos. Puedo garantizarlo: se las<br />

examiné más de una vez. En conjunto, sin embargo, no desentonan.<br />

Afirman las malas lenguas —y en la oficina local de las Naciones Unidas<br />

abundan: sus dueñas son hijas de caballeros que labraron el mito de argentinos<br />

en aptitud de dilapidar inmensas heredades bañando de manteca los techos de<br />

los cabarets parisinos— que el origen más frecuente de las depresiones de Mirta<br />

es su caballo, un zaino de ceñida estampa. Ella, dicen, tira del bocado<br />

salvajemente; lo golpea, entre los ojos, con el rebenque; lo talonea con una<br />

vesanía alarmante. El animal, harto, termina por arrojarla de la montura. Y<br />

Mirta se sume en la angustia.<br />

En la oscuridad de su pieza, lloriquea por la ingratitud de la bestia; por su<br />

cuerpo dolorido; por las espantadas que pega, apenas se le acercan, galanes<br />

generalmente lascivos. Lorenzi parece ser el único que logra rescatarla de esos<br />

declives morales. Las malas lenguas sugieren no sé qué vilezas, no sé qué<br />

terapias diestras y abominables, a las que Mirta sucumbe incondicionalmente,<br />

con un fervor sólo comparable al que muestra por los milagrosos efectos de la<br />

ruda macho. En el fondo, es una buena chica —concuerda el chismerío—; un<br />

poco fantasiosa, un poco cruel, un poco insegura: hay tantas como ella en<br />

Buenos Aires.<br />

Mirta detesta a su papá, pero es una dactilógrafa perfecta. Al ponerla a<br />

disposición de Saúl, tomé en cuenta esta última virtud. Saúl, investido de la<br />

engañosa inocencia con la que los judíos jóvenes e inteligentes pretenden se<br />

olvide la esencia impugnadora de su peculiaridad racial, manejó la relación con<br />

diligencia y soltura. Obtuvo de ella un óptimo servicio, una puntualidad<br />

trémula e infatigable; le suscitó una intuición infalible para adivinar las<br />

omisiones más insignificantes en los arduos textos que le presentaba, escritos a<br />

mano, y que Mirta, en la IBM, reproducía con fulgurante prolijidad.<br />

Se estableció entre ellos lo que nuestros consultores sentimentales<br />

denominaban una corriente de simpatía. Fue un acontecimiento que asombró al<br />

resto del personal; yo, en cambio, la sabía falsa; precaria, al menos. Saúl, en los<br />

instantes libres, oía, soñoliento, indiferente, el parloteo de Mirta. De a ratos, la<br />

interrumpía para servir café. Después, como un gato, se acurrucaba,<br />

adormecido, en su sillón giratorio. Gozaba de la tibia temperatura de su oficina;<br />

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