Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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viejo —quieto no respire quieto listo— y después a dos enfermeros que<br />
acomodaron a Stein en una camilla, lo cubrieron con una manta y se lo llevaron<br />
por un corredor mugriento y mal iluminado. Saúl, que los siguió, se alzó el<br />
cuello del sobretodo. El viejo, que mantuvo la vista fija en el cielo raso mientras<br />
le sacaban las radiografías, tenía los ojos cerrados.<br />
Entraron a una sala que olía a orina, a encierro, a fruta pasada, a suciedad.<br />
Un hombre de mediana edad prendió las luces. Acostaron al viejo en una cama<br />
de barrotes pintados de blanco y le acomodaron la pierna herida en un tosco<br />
aparato de madera.<br />
—¿Quiere hacer pis? —preguntó el hombre de mediana edad.<br />
El viejo no respondió.<br />
—Duerme —dijo el hombre de mediana edad—. Le dieron un calmante.<br />
Yo soy el enfermero del turno noche. Cada veinte minutos me doy una vuelta<br />
por la sala. De pronto, ¿sabe?, uno de estos viejos se muere o se caga encima.<br />
Diga que uno tiene práctica.<br />
Saúl observó a esos despojos que yacían boca arriba, estertorosos,<br />
flatulentos, incoloros; que navegaban pesadamente en la vasta noche, sin<br />
esperanzas de alcanzar la mañana; y después al enfermero, que esperaba a su<br />
lado, y a la débil luz de acuario que los envolvía.<br />
—Sírvase —murmuró Saúl, y puso en manos del enfermero unos billetes<br />
doblados en dos—. Si mi padre lo llama, por favor, atiéndalo.<br />
—Sí —dijo el enfermero—. No se preocupe. Le pongo otra frazada,<br />
¿quiere?<br />
—¿Hay un bar cerca?<br />
—En la esquina. Justo en la esquina. En Rioja, ¿vio?<br />
Saúl atravesó un largo corredor, dos patios internos, el vestíbulo del<br />
hospital, y salió a la calle. La brisa fría de la madrugada lo reanimó. En el bar,<br />
pidió café doble y coñac. El bar estaba vacío, excepto cuatro choferes de taxi que<br />
jugaban a los dados, y una mujer rubia, de pestañas postizas, alta, con un<br />
tapado sobre los hombros, que se dejaba acariciar la entrepierna por un anciano<br />
obeso y rubicundo.<br />
Fumó tres cigarrillos y regresó al hospital. En el pasillo, rozando la puerta<br />
de la sala, encontró, a tientas, un banco de madera. Se sentó. Al rato, el<br />
enfermero lo golpeó en el hombro. Saúl despertó, el cuerpo congelado.<br />
—Murieron dos —anunció el enfermero—. Poco, para una noche de<br />
domingo.<br />
Era de día, ya. Le entregaron a Saúl una jarra de leche caliente y, con ella,<br />
entró a la sala.<br />
“Y yo pensé —dijo Saúl, aterrado— que nada hay más indefenso que una<br />
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