Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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llegaron puntuales; la muchacha que tenía todo en los lugares apropiados no<br />
agonizaba con él. (Estuve a punto de largar la risa al escuchar, en boca de<br />
Débora, la máxima stendhaliana. Me contuve no sé cómo. Pensé, creo, que el<br />
paso de los profetas inspira un número infinito de mordaces epigramas y, ay,<br />
reacciones menos pacíficas y olvidables que un profuso manojo de felices<br />
acotaciones.)<br />
David se limpió la boca con el dorso de la mano y le dijo a Sofía, los ojos<br />
vacíos:<br />
—Hacé las valijas.<br />
En la Argentina nació Saúl y murió Sofía.<br />
VI<br />
Leí, hace ya tiempo: Si no me equivoco, si todos los signos que se acumulan son<br />
precursores de una nueva conmoción en mi vida, bueno, tengo miedo. No es que mi vida<br />
sea rica, ni densa, ni preciosa. Pero tengo miedo de lo que va a nacer, de lo que va a<br />
apoderarse de mí. ¿Y a arrastrarme a dónde? ¿Será necesario una vez más que me vaya,<br />
que deje todo lo proyectado, mis investigaciones, mi libro? ¿Me despertaré dentro de<br />
algunos meses, dentro de algunos años, roto, desesperado, en medio de nuevas ruinas?<br />
Quisiera ver claro en mí, antes de que sea demasiado tarde.<br />
¿Tarde para qué, Roquentin? Las masturbaciones metafísicas nunca<br />
envejecen: empiezan cuando usted entra a la sala. ¿Miedo? ¡Vamos, no joda!<br />
¿De qué miedo habla? Aquí podríamos enseñarle una de las caras del miedo. O<br />
la cara. Usted, a veces, es muy gracioso, mesié Roquentin.<br />
Sí: soy un tipo que se deja ir. Mansamente. Aún hoy. Sin rebeldías, sin<br />
furor, encogiéndome de hombros. Pero sé a qué huele uno cuando el miedo lo<br />
toca; cuando uno lo palpa en el aire; cuando se desliza por la piel como una<br />
baba ligera y fétida. Sé cómo le pudre el alma a uno, le dobla las piernas, le<br />
ablanda los ojos. Me los miré en la calle, en la jeta de los otros. Flancitos<br />
húmedos, probos, azucarados; pequeñas viscosidades limpias, leves,<br />
transparentes, sin pasado. Y la boca. Ah, la boca. Se sabe: es la memoria de los<br />
desastres. Consigna general: callar. Porque la realidad es irreproducible y la<br />
literatura miente como una puta vieja, o como una dama que escamotea sus<br />
arrugas frente al espejo. Algo, sin embargo, es cierto: aprendimos a sobrevivir.<br />
Cada uno de nosotros conoce el precio que pagó.<br />
¿Dije ya que me indigestaba redactando melosas exégesis de poetas<br />
parroquiales; que caminaba, solo, por el centro de la ciudad; que tomaba café,<br />
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