Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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niños judíos que preservarán la ley y cuidarán a los ancianos y a las sinagogas y<br />
a los cementerios.<br />
David Stein escupió, el canalla, sobre ese sueño grácil y lisonjero, y<br />
maldijo, y amenazó. Cuando se serenó —y eso, por referencias de testigos<br />
imparciales, le llevó la noche entera— se dedicó, mudo, a fumigarlos con sus<br />
asquerosos cigarrillos. Sirvieron té y repartieron pedazos de duro pan negro, y<br />
alguien lloriqueó; y evocaron sus excursiones a Viena, Praga, París; a Jacob Ben<br />
Ami, el trágico entre los trágicos; y a Morris Schwartz: se lo disputan en<br />
Hollywood y es el invitado de honor en la mesa de míster Goldwyn; y a Buloff,<br />
Joseph Buloff, ay ay, el rey de los actores. ¿Y Scholem Aleijem?, carraspeó un<br />
viejo. Yo conocí a Scholem Aleijem. ¿Saben lo que dijo Gorki de Scholem<br />
Aleijem? ¡Qué tiempos, Gott!<br />
Movían la cabeza: sí, sí, llegaremos a Palestina y seremos felices.<br />
David los escuchó, la fría mirada sobre sus esqueletos; sobre sus cenizas;<br />
sobre los diarios que escribirían, furtiva y minuciosamente, canonizados por el<br />
hedor de la carnicería. Al carajo con ustedes, con sus repulsivas fantasías:<br />
somos inteligentes, somos cultos, somos distintos a los otros, sufrimos como<br />
nadie en la tierra. Toda esa basura, les digo, sirve para que Rotschild pueda<br />
sentarse a una mesa de póker, limpio de inhibiciones, con un grupo de nobles<br />
caballeros bautizados por la iglesia católica que le celebrarán, discretamente,<br />
como a un par, su champán, sus éxitos en la banca, su destreza de esquiador.<br />
La vida no es un negocio, dijo David Stein.<br />
No todos los alemanes son Hitler, le contestaron.<br />
Tampoco todos los judíos son borregos.<br />
Alzaron los brazos, gritaron su indignación, un vaso de té se volcó y el<br />
líquido tibio salpicó el piso sucio, polvoriento de la habitación. David Stein<br />
sonrió, recogió su gorra y salió a la noche.<br />
Ni siquiera saluda, el desgraciado, comentaron, acongojados, los hombres<br />
responsables.<br />
V<br />
David consiguió —sólo Dios sabe cómo— papeles polacos, arios, para<br />
Sofía y Débora. Y puso a madre e hija bajo la protección de un antiguo profesor<br />
de la escuela textil. Les pidió que no lo lloraran; el mundo iba a cambiar de<br />
base, como anuncia la canción: entonces, mis queridas, guarden los pañuelos.<br />
Fueron cuatro largos inviernos, contó David Stein. Aquí, en Europa, los<br />
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