Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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poblado por el hombre, y donde el aire corría como un espejo que se despliega,<br />
y donde no existía el pecado.<br />
Él, el chico, miraba, en la oscuridad de la pieza, la brasa del cigarrillo que<br />
había encendido su abuelo, y que trazaba, roja, un arco desde los labios del<br />
hombre viejo hasta la mano que sostenía el tabaco envuelto en un papel tosco,<br />
armados, tabaco y papel, en una tira breve y cilíndrica, que se renovaría<br />
siempre, y que siempre despediría humo y olor... ¿olor a qué?, se preguntó el<br />
chico, mucho antes de ser un número en una sala de reclusión.<br />
Se despertó. Silencio en el Privado. Silencio y oscuridad. Lejos, en el<br />
escenario, sobre el escenario, la luz corta y brillosa de las dicroicas, y las<br />
dicroicas como granos fosforescentes adheridos al techo del escenario.<br />
El hombre contempló, largo rato, los divanes, los sofás, las figuras<br />
tendidas en los divanes y en los sofás, y la presión en la panza creció, y,<br />
entonces, el hombre se deslizó, lentamente, de la cama al suelo. Las baldosas del<br />
piso estaban heladas.<br />
Caminó, rengueando, sólo cubierto por la bata blanca que le dejaba la<br />
espalda al descubierto, hacia las luces cortas y brillosas que pendían sobre<br />
divanes y sofás. Se dijo, el hombre, que hubo otra noche, y una oscuridad y<br />
unas luces idénticas a éstas, y que, si se lo proponía, podía atrapar entre sus<br />
manos.<br />
La panza, y también la vejiga, que rebosaba de pis. Iba en busca de una<br />
chata, pero convendría, pensó el hombre, que le dieran, también, un papagayo. Y<br />
estaba, además, harto de gritar enfermera señorita enfermera, y que el tiempo<br />
permaneciera, allí, frente a él, yéndose o sumándose o disolviéndose en sí<br />
mismo. El hombre murmuró idiota. Sólo los idiotas piensan en el tiempo cuando<br />
los acosa un par de necesidades simples, básicas e impostergables.<br />
Nunca supo por qué no vio el bulto que le cayó encima, que lo empujó, en<br />
silencio, hacia su cama, y que murmuraba palabras que él no entendía, pero que<br />
eran imperativas, como ajadas por la frecuentación de su uso, como<br />
estertorosas.<br />
Él cayó sobre la cama, sentado.<br />
—Acuéstese —dijo el bulto, que vestía de verde, y que no olía a nada, y<br />
que le estiró las piernas a lo largo de la sábana arrugada que cubría el colchón.<br />
Después, con una rapidez que dejó absorto al hombre que fue en busca de<br />
una chata y un papagayo, le enfundó las manos, hasta los codos, en unos tubos de<br />
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