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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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La pequeña enfermera del Privado<br />

El hombre se deslizó por el duro colchón de la cama en la que yacía,<br />

cubierta por una sábana y una frazada negra. Había silencio en el Privado, y<br />

había oscuridad en el Privado, y estaba ese olor que emanaba de las piedras, de<br />

los vidrios, de los hierros, de las carnes, de los ropajes que albergan esas<br />

fortalezas ungidas para curar y para morir.<br />

El hombre volvió a leer, en el vidrio granulado de la puerta de esa pieza<br />

en la que lo habían recluido, G 7 G 8 Terapia Intensiva.<br />

Caminó, despacio, rengueando, hacia las luces que allá, en el fondo de una<br />

sala que desaparecía con la claridad de la mañana, iluminaban un vasto,<br />

irregular escenario. En divanes y sofás, buscaban descansar o fingían que<br />

descansaban, médicos de guardia, médicos residentes, enfermeros y<br />

enfermeras, camilleros, y otros miembros del árbol genealógico de los<br />

ahuyentadores de la muerte, tal vez hartos de los pacientes que debían atender,<br />

y, tal vez, de la interminable queja humana, de los reverenciales pedidos de<br />

socorro (y cura inmediata) de caras deformadas por el tiempo, por la ansiedad,<br />

por la pobreza. Y, también, por la pérdida de la ilusión —de una vez y para<br />

siempre—, que, creían, era un castigo de Dios, y que sólo finalizaría cuando Él<br />

despertara, complacido, de una de sus siestas, breves pero eternas.<br />

Las baldosas del piso de la sala estaban frías. Eso supo el hombre que<br />

caminaba, lento, hacia las luces del escenario.<br />

El hombre que bajó de la cama, y odiaba el frío, se encaminaba hacia la<br />

iluminación helada de un escenario vasto e irregular, poblado de divanes y<br />

sofás, y cuerpos fatigados y maltrechos, vestidos con guardapolvos blancos y<br />

verdes. El hombre que había gritado treinta y cinco minutos, intermitentemente,<br />

enfermera... enfermera... enfermera, sin que la enfermera, o quien fuese, lo oyera o,<br />

se decía el hombre, y tragaba una saliva espesa cuando se lo decía, la enfermera<br />

se negaba a responder a su llamado. Él gritaba enfermera..., señorita, por favor...<br />

enfermera, la chata, necesito la chata.<br />

Y el hombre que necesitaba la chata, sólo veía el escenario irregular, los<br />

precarios divanes, y los cuerpos, como muñecos con los resortes cortados, de<br />

residentes, médicos de guardia, médicos sustitutos, médicos, sobre los precarios<br />

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