Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Y lo que sea que se llama destino dibujó, silencioso, un nombre en los labios que Mercado apretó uno contra otro. Porque el oficial alto, robusto, rubio, que hablaba inglés, miró el techo del coche y, sonriente, preguntó: ¿Qué carpa? 214
El corrector Ella y yo trabajábamos en una editorial de capitales europeos, y que se preciaba de haber publicado la primera Biblia que usaron los jesuitas en tierras de México. A la hora del almuerzo, ella y yo nos quedábamos solos. Los otros correctores, la cartógrafa (¿era una sola?), las tipeadoras, las mujeres de dedos velocísimos de la oficina de cobranzas, las secretarias de los gerentes, salían a ocupar sus mesas en los bodegones que abundaban por los alrededores de la empresa y, sentados, pedían ensaladas ligeras y Coca-Cola. Ella, a esa hora, extraía, de su bolso, revistas en las que aparecían figuras ululantes con nombres que, probablemente, castigaban algo más que mi ignorancia de hombre cercano a las edades de la vejez. Ella, a esa hora, escupía, en una caja de cartón depositada al pie de su escritorio, un chicle que masticó durante toda la mañana y suplantaba el chicle por un sándwich triple de miga, jamón cocido y queso. También cruzaba las piernas y un zapato se balanceaba en la punta del pie de la pierna cruzada sobre la otra. Ese viernes, ella llevaba puesto un walkman. Yo no miré su cara en el mediodía de ese viernes de un julio huérfano de alegría: miré un fino hilo de metal que brillaba un poco más arriba de la leve tapa de su cabeza, y después miré su cabeza, y miré su largo y lacio pelo rubio. Dejé de suprimir gerundios aborrecibles en el original de una novela que llevaba vendidos quince mil ejemplares de su primera edición, antes de que la novela y los gerundios que sobrevivirían a las infecundas expurgaciones de la corrección se publicaran, y cuyo autor, la cotización más alta de la narrativa nacional, es un hombre que ama el vino y el boxeo, y aprecia las bromas inteligentes, y caminé hasta el escritorio de ella. Y cuando llegué hasta el escritorio de ella, miré, por encima de la cabeza de ella, y de la corta antena de su walkman, el cielo de ese mediodía de viernes. Miré, por las anchas ventanas de la sala vacía y silenciosa, el cielo gris, y algún techo desolado, y unas sábanas 215
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CUENTOS ESCOGIDOS Andrés Rivera Pr
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Índice Prólogo ..................
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Prólogo La consagración, se sabe,
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postergación del maximalismo revol
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el poder o cede a la desesperanza.
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13 Una lectura de la historia
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paradero y después unos tres kiló
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de morcilla no demasiado gruesas. L
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La paz que conquistamos I Tardó un
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—No. —¿Bloom? —Usted es dema
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opavejeros, prestamistas, rabinos,
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niños judíos que preservarán la
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llegaron puntuales; la muchacha que
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accidentalmente nacido en este paí
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enumeración de las reacciones de S
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Prendió la luz del velador (era, a
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XI Nos sentamos a comer en un resto
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cara dormida.” Su padre lloraba.
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suavemente—. Y yo la necesitaba:
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seguramente fortuito. Cumplía el s
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XIII Según los cánones establecid
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concluyó su ominosa letanía, estu
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—Sí —repitió Saúl. —Vos so
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se extingan los furores de la pasi
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epresión armada por uno de sus com
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El país de los ganados y las miese
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Jáuregui también los conoció. Se
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afueras de Londres, detesta Irlanda
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—Ladran —dijo Miguel —. Calla
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Un tiempo muy corto, un largo silen
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—¿Siempre hacés muecas? —Cuan
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—Me voy —dice Carlos. Acompaño
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y sus sonrisas indolentes, el filo
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2 Me quedé en Firmat. Y sí, eran
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Una lámpara en su mesa; y el resto
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Paro, dijo mi tío. Mire: éste es
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—De acuerdo: no me apasiona la me
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Campo en silencio Él les dijo a lo
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al hombre, sus pertenencias, inclui
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Willy Miré a mi alrededor y no me
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Todo eso se me agolpó, de pronto,
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una mamadera de leche a un cordero
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Los peones me llamaron Rubio. Y eso
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Y compró, dijo Mariann, esa noche,
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verano, y que el calor de ese medio
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Pero muchas tardes, yo llevaba mis
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Paragüita, y Otto dijo que por qu
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trasera y abierta, y miró cómo Ot
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Picasso. Fue hace mucho, mucho tiem
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Duermo. Es decir: la máscara come
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Lo llamó un navío de piedra, con
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de tablas blancas y lavadas; el imp
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de la celda y dijo, en voz alta:
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Perlat eligieron la casa; no tenía
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En un parque cercano al Instituto d
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113 La lenta velocidad del coraje
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conveniente. Y que ella insistió,
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tocado por la comprensión de las p
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Eso es lo que vale En noches como
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Margareta me abrazaba, debajo de la
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historia de cómo Dios le había pa
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Un asesino de Cristo Crecí entre r
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exaltadas o con un murmullo cándid
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Boudec, tenía 35 años y era oriun
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ésta: el despido de Farías. Exist
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—¿Por qué no les pedimos que lo
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les dijo que el taller donde se car
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Subí a un camión. Vi gente en las
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Déjese de embromar, viejo, con ant
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Un largo pasillo iluminado Leo Fran
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