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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Miss Jenny sonrió, cariñosa, a su hermana, hasta que se fueron a acostar.<br />

Miss Margaret agregó unos leños al fuego, y regaló un pálido mohín a su<br />

hermana. Y otro a Mercado. Ecuánime, Miss Margaret, como una papisa.<br />

A los viajeros, esa noche, como las anteriores, y, algunas pocas que<br />

estaban por llegar, no los separó nada, salvo las bolsas de dormir, y un metro de<br />

distancia entre bolsa y bolsa.<br />

Viajaron, tal vez, hacia el norte.<br />

Las rutas eran estrechas, rectas y despejadas. Y pudieron admirar tierras<br />

prolijamente cultivadas, animales pacíficos, molinos de aspas blancas, ojos de<br />

agua, pequeñas ciudades de piedra cuya posesión, les informó un folleto<br />

redactado en inglés, disputaron barones feudales, a hierro y sangre, cientos de<br />

años atrás.<br />

Discutieron, amables y soñadores, acerca de la formación de las<br />

nacionalidades, de la construcción de los idiomas, de los mitos raciales, como si<br />

esos temas les interesaran.<br />

Mercado y Miss Jenny se miraban a la cara. Y sonreían. Y se desvelaban<br />

por complacer a Miss Margaret, que solía gorjear.<br />

Llegaron a un país del que se decía que era el más culto de Europa central,<br />

y sucesivamente colonizado por príncipes medievales y prusianos, y vuelto a<br />

emparchar como si se cosiese un retazo de tela a otro retazo de tela, sin que<br />

importaran la calidad y el tejido que se añadía o se quitaba.<br />

Ese país cuidaba, por entonces, su pasado, y no mostraba preocupación<br />

por su futuro. Sus deportistas halagaban el orgullo nacional —nada propenso,<br />

por lo demás, a la exaltación de los ambiguos valores del patriotismo—, al salir<br />

victoriosos en campeonatos de natación, en históricas e inhumanas maratones,<br />

y en imaginativas partidas de ajedrez.<br />

Acamparon, otra vez, en el claro de un bosque —los bosques, se sabe,<br />

siempre tienen claros—, a pocos kilómetros de una ciudad pequeña y silenciosa.<br />

En esa ciudad, pequeña y silenciosa, el funcionario que atendía la oficina<br />

gubernamental de turismo, un hombre delgado, no muy alto, de inquietos ojos<br />

azules, y dueño de una sonrisa perpetua, se llamaba Vaclav.<br />

Para asombro de Miss Jenny y de Mercado, el así llamado Vaclav hablaba<br />

un castellano sonoro y algo gutural. Vaclav dijo que había leído poemas de<br />

Juana de Ibarbourou.<br />

A Miss Margaret le resultó lógico y comprensible que Vaclav se expresase,<br />

sin pedantería y sin tropiezos afligentes, llanamente, pero con énfasis, en<br />

numerosos idiomas, incluido el español. Miss Margaret dijo que Vaclav era una<br />

persona simpática, de trato respetuoso y deferente. Mercado se sobresaltó, no<br />

supo por qué, cuando escuchó el elogioso susurro de Miss Margaret.<br />

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