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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Jenny a Miss Margaret y Miss Jenny, en voz baja y temblorosa, y los ojos que no<br />

miraban nada. Y lo dijo una sola vez antes de morir.)<br />

Mercado no se opuso a las bulas —inapelables, ellas— de su suegro, y de<br />

su esposa. Él conocía un lugar en las sierras adonde no llegaban los diarios ni el<br />

eco de las bombas que estallaban en las ciudades argentinas, ni las<br />

tortuosidades de la política, y donde el descanso era, de hecho, un hábito<br />

lugareño. Inclusive, se podía pescar.<br />

Mercado prefirió, también y como siempre, no engañarse: aceptar los<br />

juicios de su mujer (que, probablemente, eran los del padre de su mujer)<br />

suponía el recurso más saludable, al que podía echar mano, para eludir<br />

situaciones que los exponían —a Miss Margaret, por cierto, y sin asomo de<br />

duda— a penosas sesiones de análisis, a confesiones vergonzosas y a<br />

humillaciones instintivamente deseadas.<br />

Mercado odiaba esas situaciones, esos climas, y el tono irritantemente<br />

formal que recorría su diálogo con Miss Margaret. Odiaba que se le contrajeran<br />

los intestinos, y odiaba esa náusea que subía a su boca, y odiaba los silencios<br />

que sobrevenían a esas situaciones, que él vivía envenenado por una furia<br />

silenciosa, y odiaba el recuerdo de lo que pensaba durante esos silencios.<br />

Mercado se abstuvo, entonces, de preguntar por qué Miss Jenny debía<br />

acompañarlos en su viaje de descanso.<br />

Miss Jenny dormía con los anteojos puestos. Una de las patillas de los<br />

anteojos estaba envuelta en una cinta engomada, y seca, y si se la observaba con<br />

atención, grisácea. Y los jeans y las sandalias que calzaba resistían, por la<br />

tenacidad de su propia naturaleza, la suciedad que los cubría.<br />

El pelo rubio de Miss Jenny, cuando no se lo teñía con una desprolijidad<br />

salvaje, era bonito, lacio y suave. Y era bonito su trasero: invitaba a acariciarlo<br />

como se acaricia una manzana antes del primer mordisco. Con esa premura.<br />

Miss Jenny estudiaba algo en Letras, y discutía, frenética, en dos o tres<br />

bares de Córdoba, con los admiradores de Wittgenstein. Gozaba, además, de la<br />

brusca amistad de pintores que abjuraban del caballete, y que solían distribuir<br />

porquerías en telas esparcidas por los pisos de sus cuchitriles desnudos.<br />

En la fiesta de casamiento de Miss Margaret, Miss Jenny, borracha de<br />

cerveza y whisky, profirió, en voz alta, preguntas irreparables.<br />

Los tres, en el Fiat 600, atravesaron Francia por rutas cuidadas y<br />

señalizadas con esmero —de acrecentar ese prestigio se ocupan, incansables,<br />

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