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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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pueblo. El hombre sonrió y dijo que no, que bajó en ese pueblo sin saber por<br />

qué, y que siempre hacía lo mismo: bajar en cualquier parada de ómnibus sin<br />

saber por qué. La mujer, con la voz ronca y áspera, dijo que con la lluvia se<br />

beneficiaría el campo. El hombre no contestó. La mujer dijo que el café se había<br />

enfriado. El hombre dijo que ella no debía preocuparse.<br />

Pasó un camión por la calle, y sus ruedas esparcieron agua y barro sobre la<br />

vereda, y el hombre dijo que el camión era un Daimler-Benz, y que la palabra<br />

Daimler le gustaba. Y que, también, le gustaba la palabra Amsterdam. Dijo que<br />

Amsterdam sonaba como si uno bajase, a los saltos, una escalera. La mujer le dijo<br />

que, si se iba, la lluvia lo empaparía de arriba abajo. El hombre dijo que le daba<br />

lo mismo; que volvería a la estación de ómnibus y subiría al primer coche que<br />

llegase. La mujer cerró la puerta del negocio.<br />

En la cocina, el hombre depositó, con cuidado, el estuche de cuero que<br />

guardaba la cámara fotográfica sobre la tapa de la mesa, y se desabrochó el<br />

impermeable. La mujer le preguntó qué deseaba comer. El hombre volvió a<br />

sonreír: dijo que no era pretencioso. La mujer le dijo que se sentara, que no<br />

podía ver a nadie parado en la cocina que no fuera ella. Él se sentó. Ella<br />

encendió el horno de la cocina a gas. De un estante bajó una botella de ginebra y<br />

dos vasos, y los dejó en la mesa, cerca de las manos del hombre. El hombre<br />

sirvió ginebra en los dos vasos. La mujer abrió la heladera, sacó un pedazo de<br />

carne y, rápidamente, lo saló, lo mechó con ajo y perejil picados, lo cubrió de<br />

orégano, lo regó con vino blanco y, en una asadera, introdujo la carne en el<br />

horno. El hombre pensó que la mujer no tenía nada de excepcional, salvo las<br />

piernas y la voz. El hombre pensó que, quizá, debería examinar a la mujer más<br />

atentamente. La mujer, en silencio, preparó, en un bol, una ensalada de lechuga,<br />

tomate y cebolla.<br />

El hombre tomó un trago, y la mujer, que se sentó frente a él, otro. El<br />

hombre señaló la caja de cuero que guardaba la cámara fotográfica y dijo que le<br />

gustaría fotografiarla. La mujer dijo, con su voz lenta, ronca y áspera, que ella<br />

era un mamarracho. El hombre sonrió: dijo que fotografiaba mujeres desnudas.<br />

La mujer pidió que no le fotografiara la cara.<br />

En el dormitorio, la mujer se desnudó, y murmuró que tenía frío. El<br />

hombre le contestó que hacía frío, que el viento venía del sur —y los dos<br />

escucharon la lluvia en el techo de la casa y en la calle a oscuras—, y que<br />

terminaría antes de que ella se diera cuenta. La mujer se frotó los brazos, El<br />

hombre le dijo a la mujer cómo debía posar, cuándo agacharse y mostrar sus<br />

muslos abiertos, de espaldas a la cámara, cuándo con zapatos de taco alto y<br />

medias negras —¿tenía ella zapatos de taco alto y medias negras?—, y cuándo<br />

con un cigarrillo encendido entre los labios y los pechos en alto, sostenidos por<br />

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