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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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después, miro la bicicleta, el manubrio niquelado que brilla contra la ventana<br />

del bar y, de nuevo, su cara, bajo la luz de los fluorescentes del bar, la cara de<br />

un tipo que anda en algo, la cara de un tipo que no arruga.<br />

Fumás mucho, me dice Elsa, a veces. Espero, le contesto. Estoy seguro:<br />

Nicolás va a volver, y dirá lo que tenga que decir, y yo voy a escuchar lo que<br />

diga, y los dos, cuando él haya dicho lo que tenga que decir, sabremos por qué<br />

un hombre con su cara, pudo pensar que el otro, el que le escuchó decir lo que<br />

tuvo que decir, estaba terminado.<br />

Miro, recostado en el marco de la puerta de la cocina, el pedazo de tierra<br />

que se extiende desde los pilares de hierro que sostienen el techo de la galería<br />

hasta la medianera de ladrillos, ennegrecida por el humo de los asados, las<br />

lluvias, el sol.<br />

Elsa me dijo que sería bueno plantar lechugas en ese pedazo de tierra. La<br />

veo caminar sobre los terrones secos, y agacharse, y levantar un terrón y<br />

desmenuzarlo entre los dedos. Plantitas, eh, le contesto yo, que la miro caminar<br />

sobre ese pedazo de tierra seca, y agacharse y, al agacharse, el vestido se le<br />

ajusta al cuerpo, y le marca las tetas, y las nalgas. Agachada, recoge un terrón<br />

seco de tierra, y lo desmenuza entre los dedos. Lechugas. Tomates. Plantitas.<br />

Todavía aguanto, Elsa. Tocá aquí: hueso y músculo. Ni una gota de grasa. El<br />

reumatismo está lejos; la muerte, también. Tan lejos como quiero, muchacha.<br />

Sería bueno que no lo olvides. Eso es algo que les enseño a los roñosos, apenas<br />

eructan a mi espalda. No estoy terminado, y ella aprenderá a saberlo, antes de<br />

que yo se lo diga... Ayuno, limeta y tres vueltas de bragueta: ésa era la receta de<br />

Demetrio para conservar la juventud. Y en una sola noche la olvidó.<br />

Elsa camina sobre la tierra seca, y la oye crujir bajo sus zapatillas. Y Elsa<br />

dice plantitas. Y yo debería agarrarla del pelo, y refregarle la cara contra la<br />

tierra seca, y preguntarle, en voz baja, como a un enfermo grave, por qué no te<br />

fijás con quién estás hablando. No soy Demetrio, y no tengo el corazón cansado.<br />

Y vos, Elsa, no vas a olvidar lo que yo te enseñé.<br />

Le dije: vos andás en algo. ¿Cómo lo sabés?, me preguntó. La cara, le dije...<br />

¿Querés que te cuente, Nicolás, el asunto de los cuatro telares?... Un solo tejedor,<br />

dijeron los patrones, puede atender cuatro telares. No, les dije yo. Apenas podemos con<br />

dos. Son los tiempos, dijeron los patrones. Cuatro, y no se hable más.<br />

Me dejaron solo. Cagones. Bastaba mirarles las caras: supe, enseguida,<br />

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