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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Puertas<br />

Cuatro telares de seda, y el roñoso que me mira como si un eructo con<br />

gusto a huevo podrido le torciese la boca. El roñoso me golpea la espalda, y yo<br />

que lo freno, que no le dejo hablar. Paro los telares, prendo un cigarrillo, y<br />

decido que es mi turno de mirar. Allí, en su jeta, están los pagarés a levantar, el<br />

televisor en colores para la pieza de la nena, el reloj de oro, la camioneta, la<br />

úlcera galopante. Lo miro, y digo:<br />

—Hágame la cuenta.<br />

—Usted...<br />

—La cuenta —digo—. La cuenta. Rapidito.<br />

Tengo más de treinta años entre estos telares. Y sé cómo manejar a un<br />

roñoso. La cuenta, les digo a los roñosos, y los miro. La cuenta, rapidito. Ya. Y<br />

no es miedo lo que me pone blanca la piel de la cara.<br />

Salgo del boliche, y empujo la bicicleta, y después monto en la bicicleta y<br />

pedaleo, con mi cara sobre la bufanda, y la piel blanca de mi cara sobre la<br />

bufanda, y es octubre, y me pregunto: ¿los roñosos no se terminan nunca?...<br />

Siempre hubo roñosos, con las jetas contraídas por esos pinchazos en las tripas,<br />

que estiran el brazo, y te manosean el hombro, y te dicen pare los telares. Están<br />

ahí, y te miran los ojos que fallan, los dedos que ya no se mueven solos cuando<br />

hay que anudar un hilo, dos, diez, veinte, y encolar los nudos, y descoser y<br />

ajustar, y mirar los otros telares que quedaron parados, y vos, ahí, bajo la luz de<br />

los fluorescentes, vos que podés enseñarle del oficio más de lo que él aprenderá<br />

en toda su roñosa vida, no esperás que te manosee el hombro y, entonces, le<br />

decís, la cuenta. Rapidito.<br />

Cuando cobro la changa, pienso en Demetrio, que se metió un tiro en el<br />

pecho hace veinte años, cansado de pedalear, de sentir frío, de que le<br />

toquetearan el hombro, de soportar a los insoportables roñosos, de pelear<br />

contra el tiempo, contra sus innumerables miedos. Un hombre solo no es igual a<br />

otro hombre: por eso, recuerdo a Demetrio. No recuerdo su cara cuando les<br />

digo, a los roñosos, la cuenta, rapidito. Ya. Ni su cara, ni el color de sus ojos, ni su<br />

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