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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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por qué la Natalia hizo lo que hizo por mí, y no sé, hoy, todavía, por qué la<br />

Natalia hizo lo que hizo por mí, cuando el gringo Masal, el negro Salguero, y el<br />

Cony quedaron fuera de la fábrica, y nadie, nadie te dice que quiere cambiar el<br />

mundo, y nadie grita, en las calles de Córdoba, Ni golpe ni elección: revolución.<br />

El Sergio dice que subirá al taxi a las cuatro de la tarde, y no soltará el<br />

volante hasta después de entrada la medianoche. Se siente libre, me dice, en el<br />

silencio frío de la ciudad, al mando del coche, y yo le adivino, en la risa gozosa<br />

que se le escapa por el hueco de los dientes que le faltan, las mujeres a las que<br />

les sube las polleras en el asiento trasero del taxi, y les mete mano entre las<br />

piernas, y en el agujero del culo, y les suelta, en la cara, el fétido aliento de la<br />

úlcera que le crece en la panza, y que lo va a llevar, para siempre, a una cama de<br />

hospital.<br />

¿Por qué sigo con él?<br />

¿Por qué no lo echo a la mierda?<br />

Yo miro para atrás. El Sergio no mira para atrás. Nadie mira para atrás.<br />

¿Miran para atrás el gringo Masal y el negro Salguero, y los otros, los que<br />

alzaron al gringo Masal y al negro Salguero, y al Cony, sobre sus hombros, para<br />

que hablaran al viento, a la ciudad cubierta por la bruma de la mañana, a esa<br />

trampa para ciegos que bautizaron con el nombre de futuro?<br />

Me dieron ochenta mil dólares por no convertirme en alimento de los<br />

peces: eso es verdad.<br />

Verdad son las várices a punto de explotar en mis piernas, y los zapatos<br />

que el Sergio dejó de usar, y que yo calzo porque hay que ahorrar desde la<br />

nada, y porque, a veces, no tengo ganas ni voluntad ni paciencia para<br />

comprarme, siquiera, un par de chinelas.<br />

Verdad es que el Sergio les pide a mis hijas que abran las piernas, y<br />

cuando ellas las abren, el Sergio, en cuatro patas, se mete debajo de la mesa, y<br />

mira y husmea lo que la Marta y la Lucy saben mostrarle, y dejan que él pase la<br />

lengua, como un cerdo, por sus partes saladas y oscuras.<br />

Verdad fue que yo me le tiré encima al Sergio, en uno de esos atardeceres<br />

grises, o una noche, y las chicas escaparon de la cocina, a los gritos, espantadas,<br />

con risas del Diablo en la boca, y que el Sergio me volteó de un cachetazo.<br />

No se levante de ahí, silbó el Sergio, en uno de esos atardeceres grises, o<br />

una noche, cuando los perros enloquecen, ladran, horas y horas, al vacío, a sí<br />

mismos, a los temblores de sus olfatos.<br />

Yo era un pendejo, Cata, cuando usted y otras locas como usted,<br />

incendiaron Córdoba. Y el pendejo que yo era la miró, Cata, y le miró los ojos, y<br />

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