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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Y yo hablaba, en el frío del invierno, y en el frío de las casas, de los cinco<br />

años que estuve presa, y a la espera de que me clavaran una inyección en las<br />

venas, y me tiraran al mar, desde un avión, como a otras, como a otros.<br />

Y él, el Sergio, estaba allí, al otro lado de la mesa, callado, la luz de la<br />

lámpara sobre su pelo rubio, y sus ganas de mí, y sobre la taza de café, vacía,<br />

que sostenía entre las manos, y sobre lo que yo decía de cinco años de cárcel, y<br />

de cómo llegabas a adivinar a quiénes se llevarían las mujeres que nos<br />

cuidaban, esas perras.<br />

Y yo, de pie, con un pullover gastado, y una tricota, creo, sobre las tetas<br />

frías y desnudas, le contaba al Sergio cómo resistíamos a las perras de uniforme,<br />

a las rejas, y a los que nos decían que ninguna de las que estábamos ahí merecía<br />

la vida, ni pisar una tierra que fundaron los soldados de Dios.<br />

Entonces, una noche de ese invierno, el Sergio se echó sobre mí, y su<br />

cuerpo, fuerte y duro, limpio de la sangre y la bosta de los animales que<br />

faenaba en el matadero o en el frigorífico, me arrastró a la cama, y el Sergio dijo,<br />

sus manos frías en mis tetas, ábrase, Cata, ábrase, que la entro. Y su risa, en la<br />

oscuridad y el silencio, era como una tos flemosa. Ábrase, que le voy a dar el gusto.<br />

Compré un taxi. Lo compré para que lo trabajen el Lucio y el Sergio, si al<br />

Sergio le vuelven las ganas de manejar. Pero puse el auto a mi nombre.<br />

No, si usted no es zonza, dijo el Sergio, y silbó entre los dientes que le<br />

faltan. Y rió como los viejos mañosos, o como cuando, en las noches que se echa<br />

sobre mí, consigue que yo le diga que es bueno para eso.<br />

Pasó que nos indemnizaron. Los milicos se fueron, o los ingleses los<br />

echaron, y hubo elecciones, y volvieron los políticos, y dictaron una ley que<br />

llamaron de resarcimiento económico por los años que esperamos que nos<br />

subieran a los aviones, y nos desaparecieran en las aguas.<br />

Y no va la Natalia, que subió setecientos kilómetros desde Buenos Aires<br />

para verme, y me pregunta si no leo los diarios; y dónde estaba que no me<br />

enteré de la ley que votaron los políticos; y si soy tan infeliz que voy a donarle<br />

al Estado los ochenta mil dólares que me corresponden por cinco años de cárcel.<br />

Y qué es lo que me pasa.<br />

Eso preguntó la Natalia, y se me quedó mirando, bajita como es, el cabello<br />

blanco brillándole bajo la luz floja de la cocina.<br />

Y la Natalia me llevó a un juzgado y a otro, y me dijo qué papeles debía<br />

firmar y qué papeles no, y qué documentos o testigos debía presentar en un<br />

juzgado y otro, y yo, que nunca creí que fuera a cobrar un peso, y que cobré los<br />

ochenta mil dólares al cabo de cinco o seis meses de idas y vueltas, me pregunté<br />

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