Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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antojaba, y que si los chicos suponían que ella iba a pasarse la vida levantando<br />
lo que a ellos se le ocurriese desparramar por el suelo, bueno, que no la hicieran<br />
reír. Y cuando la mujer decía eso, a media mañana o al atardecer, uno<br />
escuchaba un largo grito veloz, que se desplegaba en el aire, furioso, como una<br />
bandera golpeada por el viento. Y, de pronto, bruscamente, el grito se cortaba. Y<br />
la voz alta, muy alta, de la mujer, proponía, para los chicos, castigos atroces. Y<br />
se escuchaba, en el departamento del piso diez, correr a los chicos. Pisadas<br />
leves, huidizas. Y jadeos. Y alguna exclamación, pedido, súplica. Y, después, las<br />
voces de los chicos, débiles, huecas, que imploraban nadie sabría qué. Después,<br />
nada.<br />
Y hubo murmullos, inesperados, del padre de los chicos, en silenciosas<br />
mañanas de domingo. Y los murmullos del padre de los chicos, que crecían en<br />
intensidad, como si afirmara su intensidad en los tropiezos de la lengua que los<br />
despedía, decían que si ellos, los chicos, eran justos, serían bellos como la luz, y<br />
que la justicia y la belleza eran dones de Dios. Y la gracia de Dios fluía de él<br />
hacia sus pequeños y amorosos hijos, para que ellos fuesen bellos, sanos y<br />
justos.<br />
En la trivial fatalidad de las cosas, hubo otras noches de otoño y de<br />
invierno, otras noches de lluvia, de cortes de luz y de calles inundadas. Y de<br />
frío, temor y vejez.<br />
Hubo noches de verano, y tardes de un sol cruel, y mujeres de largas<br />
piernas tostándose en las azoteas, inalcanzables. Hubo anuncios en los<br />
noticieros de la televisión, tan increíbles como la realidad.<br />
Y hubo un atardecer de sábado.<br />
Natalia tecleaba, en una máquina de escribir eléctrica, datos de un pasado<br />
reciente y desconocido. Y yo entré en la cocina, en busca de un trago de ginebra,<br />
y los chicos y yo nos miramos. Las caras de los chicos estaban asomadas al<br />
ventanuco del baño, de un departamento del piso diez. Las caras estaban<br />
quietas, y los ojos de vidrio, glaciales, no se movían en las caras quietas, como<br />
de idiotas, de los chicos.<br />
Miré esas caras de idiotas en las primeras sombras del anochecer. Y<br />
después encontré la botella de ginebra, un largo porrón de barro, y lo agité, y<br />
fue agradable escuchar el sonido del alcohol en el porrón de barro.<br />
Regresé a la luz del comedor, y Natalia aún tecleaba información para<br />
nada en la máquina de escribir eléctrica, y la calma del sábado propiciaba las<br />
gratificaciones del trago, de su sabor y de su calidez.<br />
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