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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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la cara estaban ahí, por encima de la cabeza de Natalia, inmóviles, sin nada<br />

detrás —ni sangre, ni dolor o estupefacción o vida que los alimentasen—, salvo<br />

el resplandor opaco de la luz del living del departamento que alquilaban, ella y<br />

su marido, en el piso diez.<br />

Y Natalia dijo que a la mujer joven, de cara absorta, le costó entender que<br />

Natalia creía peligroso que los chicos rientes estuviesen asomados al ventanuco<br />

del baño. Y la madre de los chicos, dijo Natalia, cuando pareció entender que<br />

era peligroso que los chicos se asomasen al ventanuco del baño, y que tiraran<br />

juguetes al pozo de aire, murmuró, con una sonrisa pálida, que la mujer no<br />

dedicó a Natalia, muchas gracias buenas noches señora, y cerró, suavemente, la<br />

puerta del departamento.<br />

Esa noche no insistí en la lectura de Islas en el Golfo, y Natalia se abstuvo de<br />

reprocharme que sólo prestara atención a los ruidos que puedo imaginar, y<br />

preparó unos fideos con aceite y ajo, nueces y albahaca, y yo llevé una botella<br />

de vino blanco a la mesa, y cenamos, y escuchamos, por la radio, las últimas<br />

noticias acerca de las naturales depravaciones de este país y de otros países.<br />

El padre de los chicos, cuando yo lo conocí, era un tipo alto, de la edad de<br />

su mujer, y tartamudo. También fue propietario de un local de arreglo de<br />

aparatos de televisión, en la galería que integra la casa de catorce pisos y<br />

ochenta y cuatro departamentos, uno de los cuales habitamos, en el piso once. Y<br />

al padre de los chicos, en una asamblea de consorcistas —que se realizó antes o<br />

después de una noche de lluvia en la que no concluí la relectura de Islas en el<br />

Golfo— le escuché decir que él era como un hijo pródigo de la casa en la que<br />

vivíamos, y que el edificio, ladrillo por ladrillo, era sano, porque él soltaba,<br />

periódicamente, descargas de salud y energía vital que fortalecían sus<br />

estructuras, entre las que, dijo, y lo dijo con una tartamudez apasionada y<br />

gangosa, nació, se crió y creció.<br />

Y cuando dijo que, si le concedían la administración del edificio en el que<br />

nació, se crió y creció, bajaría las expensas a niveles que no angustiasen a los<br />

señores consorcistas y a las distinguidas señoras consorcistas, la voz se le ahogó<br />

en la garganta, y los ojos le brillaron, y las lágrimas le brillaron en los ojos, y nos<br />

tendió los brazos como si derramase maná sobre el suelo que pisábamos.<br />

Las ancianas señoras jubiladas, pensionadas y, además, viudas maníacas,<br />

que blindaron las puertas de sus departamentos, y que añadieron trabas de<br />

hierro a las puertas que ordenaron blindar, lo aplaudieron, preguntándose,<br />

unas a otras, apoyadas, unas y otras, en bastones con puntas de goma y metal,<br />

qué esperaba el gobierno para sancionar una ley que penase con la castración y<br />

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