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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Asqueado por la mezquindad de las imputaciones, Elbio invocó un apellido que<br />

no podía pasar inadvertido para el oficial de guardia, a menos que fuese<br />

irremediablemente idiota, eventualidad que Elbio se negó a considerar.<br />

Elbio proporcionó, al oficial de guardia, el número de teléfono del apellido<br />

que invocó, y le exigió, al oficial de guardia, que lo marcara. El oficial de<br />

guardia miró su reloj y comprobó que eran las dos de la mañana; cambió de<br />

lugar, en su escritorio, dos o tres papeles, acercó y alejó de sí el teléfono y, por<br />

fin, llamó al comisario. El oficial de guardia musitó algunas palabras en el tubo<br />

del teléfono, cabeceó dos veces, y colgó.<br />

Llevaron a Elbio a la sala de espera, y Elbio se sentó en un banco, cerca de<br />

la estufa, y pidió a un agente que le trajera un termo de café y sándwiches. El<br />

agente miró al oficial de guardia; el oficial de guardia extrajo de los cordones de<br />

zapatos, reloj, pañuelo, anillo, cinturón, llaveros, bolígrafos, tarjetas de crédito,<br />

portadocumentos, que le fueron requisados a Elbio, tres billetes de diez pesos, y<br />

se los entregó al agente.<br />

El comisario llegó a las ocho de la mañana, escuchó el parte de novedades<br />

que le recitó el oficial de guardia, y ordenó que Elbio pasara a su oficina. El<br />

comisario parecía el campeón de todos los campeonatos imaginables de<br />

simpatía, cordialidad y tolerancia. El comisario era dueño de un idioma<br />

escogido, exento de prosaicos neologismos y significaciones peyorativas. La<br />

conversación fue extensa y penosa.<br />

Elbio, atónito, se vio como la presa inerme de fuerzas que pretenden<br />

socavar —eso es: socavar—, las bases morales de la familia, de su familia y, por<br />

extensión, de la familia argentina. Hubo, en compensación, fraternales<br />

palmadas en el hombro de Elbio, y comprensión, de hombre a hombre, para un<br />

desliz humano, tal vez.<br />

Elbio subió al Mercedes y, lentamente, como si al coche lo empujaran,<br />

volvió a su casa. Lucrecia, en bata, despeinada, preparaba el desayuno. Lo<br />

tomaron en silencio. Elbio dijo: Me voy a dormir. Lucrecia pidió: Hablá.<br />

Como en el teatro: ¿te das cuenta? Si el actor no habla, ¿qué es? Entonces,<br />

le dije: Me aburro.<br />

Lucrecia se tiró sobre Elbio: Pegame, gritó. Yo lo denuncié a ese maricón.<br />

Elbio le sujetó los brazos y dijo, frío: No, Lucre. Estoy fuera de forma.<br />

Las lluvias del invierno no les fueron propicias a los comulgantes del bar<br />

Gaona. Algunos padecieron fastidiosas anginas o bronquitis que anunciaban las<br />

aflicciones de la vejez; otros, descalabros financieros que atestiguaban, por lo<br />

menos, que la viveza porteña —ese mito que forjaron cronistas exaltados y<br />

pomposos— no cuenta a la hora de los balances en rojo. Acudieron, los<br />

enfermos, a Elbio. Y Elbio les negó el pan y la sal; les profetizó, soez y<br />

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