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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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cualquier parte. Muchas veces lo pensé. Pienso en eso —nadie, en cualquier<br />

parte; nada delante— las noches que, por comer demasiado, tardo en<br />

dormirme. Pienso, a veces, en matar, que es como viajar a cualquier parte.<br />

Tomé la cerveza que quedaba en mi vaso: estaba tibia. A Elbio, el sudor le<br />

regaba la barba azulada, y sus ojos brillaban, inmóviles, verdes como la hiel. Se<br />

pasó las manos por la cara, se las limpió en el mameluco, apartó las botellas<br />

vacías, me pidió un cigarrillo.<br />

Apagá esa lámpara, murmuró, fatigado, de pronto, por lo que fuese: el<br />

calor del día, la cerveza tibia, una charla entre dos tipos que recién se<br />

conocieron en la sala de espera de un tren.<br />

Hará seis meses, dijo Elbio, apareció un chico por el taller: no tendría más<br />

de dieciocho años. Se llamaba Daniel. Dani. Así dijo que se llamaba. No<br />

recuerdo su apellido: Flores, Ortiz, Maldonado. No. López o Martínez. Si<br />

aceptaba que no le pagara la jubilación, obra social y otras mierdas, podía<br />

quedarse, le dije. Me sobra la plata: mantengo esta cueva sólo para<br />

entretenerme.<br />

Es una rueda: alguien te trae un auto para que se lo pongas al pelo —el<br />

secretario de un juez; los custodios del interventor en IMOS; el hijo de un<br />

brigadier, que es dueño de una flota de taxis—, y salta, sin que lo pidas, un<br />

asunto que te deja una bolsa de billetes. ¿No es lo mismo que viajar a cualquier<br />

parte?<br />

Dani se quedó. Le adelanté unos pesos. Dormía ahí, en ese camastro. A la<br />

semana, el local era un espejo. Y se daba maña para el trabajo, Dani... ¿Te<br />

enteraste que me metieron preso?<br />

—No.<br />

Lucrecia reparó que, de la masa de músculos, huesos y silencio que se<br />

sentaba a la mesa, emanaba una agilidad juvenil, una áspera mordacidad, una<br />

displicencia parecida a la alegría. Lucrecia se pintó de violeta y blanco aluminio<br />

los párpados; se halagó con anillos que llevaban engarzados símbolos egipcios;<br />

compró vestidos que suscitaron amargas rendiciones de cuentas entre los<br />

amigos de Elbio y sus esposas. Y concurrió a la cama con un salvajismo<br />

despiadado e insaciable.<br />

Elbio se recogió en una prolija cortesía; en un descaro misericordioso.<br />

Porque el histrionismo de Lucrecia desembocó en un fraseo litúrgico de versos<br />

tangueros, entonados a las horas más inusitadas del día o de la noche.<br />

Desafinaba, dijo Elbio. Pobrecita, cómo desafinaba.<br />

La policía detuvo a Elbio y a Dani, a bordo del Mercedes, un anochecer de<br />

invierno, en las cercanías del Parque Centenario. En la comisaría, los encerraron<br />

en calabozos separados. Horas más tarde, Elbio fue llamado a declarar.<br />

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