09.05.2013 Views

Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

presuntuoso. Otras versiones sostienen que Lucrecia despertó de su siesta,<br />

imprevistamente, y descubrió al hijo y a la hija adoptiva, en el comedor de la<br />

casa, abrazados, las ropas revueltas, meneándose, jadeantes. Lucrecia arrastró a<br />

la muchacha hasta el baño, y nadie, excepto Lucrecia y la muchacha, sabe qué<br />

ocurrió allí. Pero los quejidos y el llanto de la muchacha se impusieron al<br />

discurrir del teleteatro de la tarde, a la vocinglería de los chiquitines que salían<br />

del colegio, y a la serena hermosura de la tarde otoñal. En este punto, el relato<br />

de Rodolfo giró hacia lo presumible: las discretísimas esposas de los amigos de<br />

Elbio vieron forcejear al hijo de Elbio, a Lucrecia y a su hija adoptiva, durante<br />

un par de minutos, apoyados en el parapeto de la azotea de la casa de dos pisos.<br />

Y vieron a Elbio bajar del Mercedes Benz, y entrar en la casa de dos pisos, y<br />

reaparecer, al rato, con una valija en la mano, y una sombra que bajaba sobre su<br />

cara impasible, acompañado por la chica, cuyos ojos estaban ocultos por unos<br />

grandes lentes negros de armazón dorada. Elbio y la chica se introdujeron en el<br />

Mercedes Benz, y el coche se puso en marcha a una velocidad de película. Todo<br />

ello, antes de que las contempladoras pudieran retornar, algo menos<br />

perturbadas de lo que estaban, a las fatalidades que descargaba el teleteatro de<br />

esa serena y bella tarde otoñal.<br />

Las conjeturas llegaron después del estupor. El estupor no fue breve, pero<br />

las conjeturas llegaron, inevitables. Una de ellas quiso que Elbio depositara a la<br />

muchacha en un convento de estricta clausura. Otra, ligeramente insidiosa,<br />

explicaba que Elbio, dueño de seis, ocho, diez departamentos —nadie acierta,<br />

hasta hoy, con la cifra exacta de las propiedades inmobiliarias de Elbio—, la<br />

instaló en un semipiso vacío, y que amuebló en tres horas. Además, Elbio<br />

contrató a una institutriz, obviamente alemana o inglesa, y una cocinera. Las<br />

visitas de Elbio al semipiso amueblado serían intempestivas y prolongadas,<br />

pero en horarios irreprochables. Y en presencia de la irreprochable institutriz<br />

alemana o inglesa.<br />

Tercer comentario de Rodolfo. El resto de los testimonios es obsceno y<br />

maligno. Y olvidable.<br />

El muchacho y Lucrecia me esperaban, como siempre, para cenar, dijo<br />

Elbio. La casa brillaba igual que el primer día que la ocupamos. Lucrecia, en la<br />

mesa, hablaba de las vecinas que encontraba en el mercado; de los alquileres<br />

que cobrábamos, que le parecían bajos; de alguna futura inversión. Yo la<br />

escuchaba y engullía un plato detrás del otro: Lucrecia es una buena cocinera, y<br />

el negocio consistía en no escucharla o escucharla a medias. El muchacho nos<br />

miraba, estoy seguro, con desprecio. Pero nunca abrió la boca para vomitármelo<br />

en la cara o sobre el mantel. Yo pago sus gustos.<br />

¿Sabés?: pensé en irme. Un rollo de dólares en el bolsillo y un pasaje a<br />

175

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!