Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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furia.<br />
Salí a la calle, y era de noche. Una tibieza húmeda me envolvió la cara<br />
como una toalla cargada de vapor maloliente. Entré al bar más cercano y pedí<br />
un porrón de cerveza. Llené el vaso y tomé la cerveza sin respirar. Terminé el<br />
primer porrón y pedí otro. La toalla que envolvía mi cara, y que se disolvía,<br />
floja, deshilachada, en el aire untuoso de la noche, olía a sobaco sin lavar.<br />
La cerveza del segundo porrón estaba helada, y tenía un como distante<br />
sabor amargo. Alcé el porrón: en la tapa de la mesa, el culo del porrón había<br />
dibujado un delgado círculo de sudor. Deposité el porrón en la mesa, y lo<br />
levanté: nuevo círculo. Repetí la operación varias veces: el verano, el mal aliento<br />
que no abandonaba mi boca, el desorden indescifrable de mi corazón, las<br />
infaltables preguntas que no tienen respuesta, legitimaban ese intento (idiota)<br />
de rehuir la lentitud de una ceremonia de frágiles evocaciones y de desventura.<br />
Volví a la sala del velatorio. Rodolfo dijo algo y yo di vuelta la cabeza.<br />
Allí, cerca de la puerta, estaba Elbio. Parecía un poco más pesado y un<br />
poco más alto que el muchacho que vi, por última vez, hacía ya veinticinco<br />
años. Quizá fuesen los bigotes. O la mirada. O algo que no recordé. Pero tenía el<br />
aspecto de un tipo próspero: se movía con esa brusca arrogancia de los que se<br />
saben inmunes a los desatinos de la Bolsa. Me acerqué a él.<br />
—¿Cómo estás? —me preguntó, y puso una mano grande, fuerte, cálida,<br />
sobre mi hombro.<br />
—Aguanto.<br />
—¿La vieja?<br />
—Mira para atrás. Suma las noches de cincuenta años que durmió con el<br />
mismo hombre, y se aterra. Y, ahora, descansa.<br />
Elbio alzó las cejas, murmuró carajo, y movió la cabeza. Yo encendí un<br />
cigarrillo.<br />
—Siempre tuve ganas de visitarlo a tu viejo —dijo Elbio que, en ese<br />
momento, pasaba, de una mano a la otra, las llaves de su auto.<br />
—¿Y?<br />
—No sé... Me dijeron que no hablaba con nadie.<br />
—Algo así.<br />
—Enfermedad podrida.<br />
—No fue la enfermedad.<br />
Elbio me miró como quien espera que se le haga una oferta.<br />
—¿Y qué fue?<br />
Me encogí de hombros. Dije:<br />
—Dudó... Dudó de la infalibilidad. Dudó antes que otros. Y eso, se sabe,<br />
es, casi siempre, mortal.<br />
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